Al abordar el reto de hablar de la Amazonía siento un inmenso vértigo ante la desbordante realidad que a penas comienzo a conocer: un territorio de casi siete millones de kilómetros cuadrados, del que cuentan que una sola hectárea posee más diversidad que todo el continente europeo. Amazonía es una maravilla de la naturaleza formada por una multitud de ríos que desembocaban en el océano pacífico y que, con el surgimiento de los Andes al entrar la placa de Nazca en Sudamérica, quedaron cerrados formando una gigantesca laguna que fue poco a poco derivando hacia el atlántico, dando lugar a la selva en la que hoy tengo el privilegio de empezar a vivir.
En este milagro ecológico no solo es fuente de oxígeno para el planeta y un tesoro a conservar, sino el hogar de una gran cantidad de pueblos y de sus culturas, a los que el mundo occidental dio la espalda hasta que descubrió los tesoros que existen en su territorio. Se calculan 400 pueblos, 300 lenguas y multitud de cosmovisiones, tradiciones, historias, ritos y culturas, aún con pueblos no contactados y otros en inicio de contacto… solo en la población en que resido se encuentran ocho grupos étnicos, con sus diferentes lenguas, provenientes de la esclavitud de la fiebre del caucho, que hoy intentan recuperar sus raíces y superar la pobreza en que los ha sumido años de dominación.
Amazonía y sus pueblos padecen aún hoy diversos problemas ecológicos, como cultivos ilícitos, minería, extracción de petróleo y la depredación de la naturaleza de un sistema económico que no respeta a nada ni nadie. Pueblos enteros sufren una codicia occidental que daña sus vidas, los desplaza, los arrolla o los ignora en su sufrimiento… sin dejar beneficio alguno en sus tierras o mejorar sus recursos.
Es ante estos retos, y frente a una generalizada indiferencia en el norte opulento, que conviene recordar los sueños del papa Francisco para Amazonía y, desde ahí, poner en el centro una iglesia que está naciendo y presentando al mundo un rostro de Cristo encarnado ante el que descubrirnos.
El sueño social: la Iglesia al lado de los que sufren
El primer reto que plantea Francisco es el reto social de dar dignidad a unos pueblos empobrecidos. Ante el problema que supone vivir rodeados de riqueza natural, siempre se da la situación de quienes para arrebatarla dañan a quien está sobre ella. El primer reto eclesial hoy es dar apoyo a comunidades para las que los estados menos invierten, que tienen menos oportunidades, cuya voz ha sido silenciada y cuyos derechos a penas cuentan. Alcanzar los derechos elementales como sanidad, y educación, lograr un modo de vida digno, superar la desigualdad y acceder a las oportunidades que se les han negado… Los pueblos merecen que se les devuelva la riqueza que se les robó, y se les apoyen en unos derechos que tantos siglos se les han ignorado.
El sueño cultural: cuidar el poliedro amazónico
El segundo reto de la Iglesia en la Amazonía es cuidar y potenciar la maravilla cultural que estos pueblos custodian hasta nuestros días. Solo en mi vicariato son nueve las etnias que conviven y comparten una cultura que ha sobrevivido a la noche de los quinientos años: Kichwas (naporunas), ticunas, yaguas, muruis, secoyas, boras, ocainas, maijunas y arabelas representan solo una pequeña parte de una inmensidad cuya gran riqueza se perderá si no actuamos. Un gran reto antropológico del que el papa nos pide ser agentes, animadores y acompañantes en un momento tan delicado como necesario: cuidar este tesoro, sanar las heridas causadas por prejuicios contra ellos que duran hasta hoy, empoderar a las comunidades ante estos retos y acompañarles en la recuperación de todos sus tesoros culturales.
El sueño ecológico: un sueño hecho de agua
Superando las consignas de negacionistas climáticos occidentales, que ignoran los problemas ecológicos actuales para defender un modelo de producción y consumo que solo beneficia a una parte ínfima de la humanidad y perjudica a todo el resto del planeta, el papa ya desde Laudato Si recogía la necesidad de actuar para salvar la vida en el planeta, la biodiversidad en todas sus formas y la propia vida humana… y Amazonía es un lugar en que este compromiso necesario se vuelve especialmente urgente. Las diversas amenazas a la Amazonía no solo suponen un problema para toda la vida en este lugar sino también para el resto del planeta, por lo que el papa nos emplaza a cuidar las aguas, respetar sus bosques y recuperarlos, salvar su fauna y convivir en equilibrio con todo lo que Dios nos ha regalado, en lugar de depredarlo y atacarlo. Los retos que se nos presentan con el cambio climático y la contaminación amenazan una vida de la que la iglesia debe ser custodia. El medioambiente no es una fuente de recursos, sino una casa fuera de la cual no podemos vivir, de ahí la necesidad de cuidarla y preservar a todos los que comparten espacio con nosotros, para que las futuras generaciones puedan existir.
El sueño eclesial: una Iglesia con rostro amazónico
Finalmente Francisco nos emplaza al mayor reto: una iglesia de rostro amazónico. Lejos de los miedos y los prejuicios que el eurocentrismo puede imprimir en el catolicismo, estamos llamados por el papa a configurar una iglesia que muestre al mundo el rostro de un Cristo encarnado en la realidad amazónica. Más allá de traducir la Palabra de Dios a las lenguas amazónicas, o de realizar una liturgia en un idioma amazónico (en palabras y en lenguajes culturales no verbales), estamos llamados dar el protagonismo a los pueblos para que ellos configuren su propia manera de vivir, celebrar y compartir la buena noticia de Jesús, y es que la costumbre europea no puede convertirse en un muro que prive a los pueblos amazónicos del encuentro con un Jesús universal que, a pesar de ser judío y palestino, pudo llegar a ser conocido en una Europa pagana de cultura muy diferente a la de Jesús. Es un camino que emprendemos con más conocimiento de lo que vamos a evitar que del lugar al que nos dirigimos, pero con la clara certeza de que esta iglesia amazónica será, guiada por el Espíritu, una realidad sinodal, plural, abierta, ecológica, social y llena de esperanza, fe, amor y vida.
El tiempo dirá cómo se encarnan los retos que el papa nos ha compartido en sus sueños, hasta entonces acompañaremos a estos pueblos y compartiremos un espacio en que nos acogen y nos permiten ser parte de sus comunidades y de su realidad. Con la mayor ilusión y esperanza, nos encomendamos al Espíritu para llevar a cabo esta misión.
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