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Foto del escritorJuan de Dios Larrú

Amar la verdad

La transición cultural en la que estamos inmersos no está exenta de la amenaza de nuevas ideologías. Estas no niegan directamente la verdad, sino que más bien la enmascaran. Este enmascaramiento proviene del presupuesto de que es imposible acceder a la verdad. Sería una pretensión desmedida considerar que el ser humano es capaz de alcanzar la verdad; no, más bien ha de conformarse con una multitud de opiniones. En el mejor de los casos, la verdad sería el resultado de un acuerdo provisional entre opiniones diferentes y tantas veces contrarias. Esta crisis de verdad tiene que ver con una confusión sobre la identidad del hombre. La antropóloga feminista Françoise Héritier afirma que la diferencia sexual estructura el pensamiento humano, pues controla sus dos conceptos primordiales: lo idéntico y lo diferente.


Para el filósofo coreano Byung Chul-Han, la ideología se viste de verdad. Según él, Hitler difundía su ideología racista en nombre de la verdad, considerándose guardián de una verdad superior, radical. Las ideologías alimentan el relativismo, que desactiva la pregunta por el absoluto. Reduciendo la verdad a simples opiniones, se transmite que todo lo que se piensa y se hace es pura convención. En este enjambre de las opiniones, las ideologías se mueven como pez en el agua, y pueden más fácil y rápidamente imponer sus ideas, repitiéndolas incansablemente con sloganes que no exigen reflexión alguna.


El relativismo emparenta con el emotivismo. La primacía del sentir sobre el pensar hace que el neologismo de la posverdad se difunda a gran velocidad. La posverdad, como afirma el Diccionario de la Real Academia, implica la distorsión deliberada de una realidad en la que priman las emociones y las creencias personales frente a los hechos objetivos. En la sociedad de la información, crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales, se ha tornado en un poder de enormes repercusiones.


La exaltación de las emociones conduce a un expresionismo que se vincula a la sinceridad y la espontaneidad de las sensaciones. Ser auténtico, ser coherente con uno mismo y sus principios, se considera un modo loable de vivir. La autenticidad, como afirma Charles Taylor, proviene de la idea de que cada persona tiene su propia medida, un modo original de ser hombre. Cada uno, por tanto, ha de vivir a su manera, siendo fiel a sí mismo, a su propia originalidad. La autenticidad lleva aparejada una determinada idea de libertad. Frente a las exigencias de conformidad exterior, uno ha de encontrar por sí mismo el propósito de su vida.


El acercamiento a la verdad puede comprenderse de dos modos fundamentales: una, es intentando servirse de ella para dominar, para ejercer un control creciente sobre el mundo y sobre los demás. La fuerza de la verdad no puede ser únicamente la propia de lo que se puede dominar y usar. La modernidad ha interpretado la fuerza de la verdad como un poder en el dominio del hombre. Otro modo muy diferente de aproximarse a la verdad es ponerse al servicio de la misma, sin pretender haberla alcanzado nunca plenamente, sino buscarla de modo incesante para vivir en la verdad. Como afirma Alain Badiou, en este sentido, la verdad es producto de un proceso de fidelidad a un acontecimiento y este proceso configura al sujeto.


La relación con la verdad nunca es neutra pues, en último término, la verdad es siempre personal. En este sentido, conviene notar cómo en la Sagrada Escritura la postura adecuada ante la sabiduría, que adquiere siempre una forma netamente femenina, es el eros, el amor a la sabiduría, Así se expresa, por ejemplo, el libro de la Sabiduría: “La amé y la busqué desde mi juventud y la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura” (Sb 8,2).


La dimensión interpersonal de la verdad la pone en estrecha conexión con la realidad del amor. Lo explica de un modo admirable la encíclica Lumen fidei: “Si el amor necesita la verdad, también la verdad tiene necesidad del amor. Amor y verdad no se pueden separar. Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona. La verdad que buscamos, la que da sentido a nuestros pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca. Quien ama comprende que el amor es experiencia de verdad, que él mismo abre nuestros ojos para ver toda la realidad de modo nuevo, en unión con la persona amada” (Lumen fidei n. 27).


Amar la verdad es una potente luz para el camino del hombre. Para San Juan, la luz es la verdad que en Jesús se ha hecho de nuevo accesible al hombre. La mentira son las tinieblas, pues como bien supo expresar San Agustín, a veces nos gusta mentir, pero a nadie le gusta ser engañado.


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