Domingo XXV del Tiempo Ordinario – Ciclo A
“Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”. Nos narran los evangelios que sus paisanos criticaban a Jesús por perdonar y hablar y comer con los pecadores. Y es que la bondad de Dios supera con creces la justicia humana. La Parábola de “los jornaleros de la viña” -que hoy viene proclamada- nos hace ver cómo, a veces, acusamos a Dios de injusto porque no se acomoda a nuestros esquemas egoístas o cuadriculados, o porque no hace lo que yo haría. Nos gusta pensar que Dios nos ama y nos perdona, y tiene paciencia con nuestras meteduras de pata, pero no nos gusta que no castigue las meteduras de pata de los demás, que tenga paciencia con los que obran el mal para darles tiempo a que se arrepientan y comiencen a obrar bien... Y es que Dios es “bueno” porque es “injusto”, porque Dios es “parcial” hacia el afligido, el sólo, el necesitado, el pobre. “Quiero darle a este último igual que a ti… ¿es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?, ¿o vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. ¿A quién molesta la bondad de Dios? Todos los jornaleros reciben la misma paga, porque la justicia de Dios va siempre adornada de la misericordia. ¡Qué sería de nosotros sin la misericordia de Dios! Las aparentes contradicciones de Dios han de interpretarse bajo la clave del inmenso amor que Él nos tiene.
Nuestras relaciones sociales están medidas por el intercambio, y trasladamos al campo religioso esta misma forma de obrar. Dios, en cambio, actúa según criterios de gratuidad. Es la lógica del “don”. Quien se siente acreedor -con derechos ante Dios y ante la vida porque piensa que ya ha hecho o hace demasiado- considera todo lo gratuito como robo o amenaza a la presunta justicia. Sin embargo, descubrir que somos amados gratuitamente es empezar a responder a la llamada de Dios. Descubrir que todo es “don” -la viña, el vino, el trabajo, la fatiga...- es el mejor modo de estar en la Iglesia buscando el Reino de Dios. Todos estamos siendo llamados por Dios a la tarea, porque todos estamos -constantemente- siendo amados por Él. Pregunta importante: ¿Cuál es la viña del Señor, y qué tarea me ha encomendado el Señor en ella?
Ya ha comenzado un nuevo curso en todos los aspectos; y, quizás, con muchas incertidumbres. Puedes decir… “otro año más, otro curso más”, con espíritu resignado. Quizás digas: “Tengo miedo -temor- ante el panorama de un otoño complicado en lo económico, con trabajo precario…”. Pero también puedes decir… “¡Un nuevo año, un nuevo curso, una nueva oportunidad... para ser amado y para amar!”.
Te dejo algo que cayó en mis manos hace tiempo: “Tengo dos buenos amigos; uno suele decir: ‘la vida es un rollo: siempre lo mismo’; el otro, contesta: ‘es un regalo poder pasar más de una vez por el mismo sendero; se tropieza en algún pedrusco menos y se descubren cosas preciosas que antes te habían pasado desapercibidas…’. Siempre que, terminado el verano, llega la vuelta al curso me acuerdo de mis amigos y me pregunto qué misterios tendrá previsto el Señor mostrarme este nuevo curso”.
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