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Foto del escritorLuis Emilio Pascual Molina

¡Bendito el fruto de tu vientre!

Domingo IV de Adviento

​¡Qué lejos está a nuestro mundo este grito de alabanza de Isabel! Parece que en el vientre de la mujer embarazada sólo hay “algo” que puede ser vida, pero no humana, algo que puede tratarse como mercancía de desecho, algo que “molesta” o perjudica los planes de vida que nos fabricamos: “No es el momento, más tarde…, ahora debo pensar en mi trabajo, en ‘disfrutar’ la vida…, no lo deseo, fue un error… cómo voy a tener este hijo fruto de una violación o con estas malformaciones… no puedo con un hijo más, son tantos los gastos que lleva…”. Éstas y otras frases se deslizan entre parejas jóvenes, y entre jóvenes madres -porque ya han engendrado- aún si no llevan a término su proceso lógico de 36 semanas y abortan.


​El evangelio presenta hoy el encuentro dichoso de dos embarazadas, la alegría por el nuevo ser que está por nacer, la vida que se perpetúa. Y uno de ellos es el Hijo de Dios, el Salvador de los hombres, el Dios-con-nosotros, el Emmanuel.


​Jesús viene de María. ¿Qué quiere decir esto?: que Jesús es el fruto precioso del vientre de una mujer que sabe esperar y que confía en Dios. De la persona más anónima y sencilla puede nacer -en el momento menos pensado- la salvación de los hombres; sólo hay que “esperar y confiar”. Viene de María, porque el Espíritu ha fecundado sus entrañas, disponible como estaba a la voluntad de Dios, y en ella se hace concreto el misterio del amor. Viene de María, porque Dios, al encarnarse en una mujer, adquiere rostro humano, cuerpo humano, vida humana, se hace “manera de vivir” para Él y para todos. Así, del corazón abierto y agradecido de una mujer, Dios pasa al corazón de la vida, con todo lo que ello implica: dignidad, libertad, respeto, cuidado, seguridad, disfrute…


​Querido amigo lector, mira hoy a María; ella es “icono” de cada hombre y de cada mujer que viven según el designio de Dios. María es la buena tierra de la parábola, que ha dado el ciento por uno; es la semilla pequeña que se ha convertido en árbol frondoso. Si miras a María ten el oído, los ojos, las manos y el corazón bien abiertos a la vida, y ponte en camino por mil sendas como samaritano de los otros para levantar vidas. Si miras a María acudirás sin miedos a tu vida, cultivarás una mirada acogedora y amorosa de la realidad que vives, amarás la vida y harás maravillosa la vida de los que te rodean. Si miras a María tú también podrás dar a luz el amor entrañable de Dios, a Jesucristo, y sembrarás de vida la vida…


​Hace 2024 años los pies descalzos de Dios pisaron un útero materno. Aprendió a gatear, caminar, hablar… y recorrió kilómetros y kilómetros sobre la única ruta que conduce a nuestra felicidad: el amor humilde, el servicio a todos, sin condiciones. Desde entonces no ha parado de caminar, movido por su deseo insaciable de conquistarnos a todos. Hoy, Belén es el corazón de quien permita entrar a Jesús en su vida.


​El Adviento se acaba… ¡sólo dos días!


¡Feliz Navidad!

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