Domingo XXII del Tiempo Ordinario – Ciclo A
Se me ocurre titular así la glosa porque, aunque los protagonistas siguen siendo los mismos del domingo pasado, la obra parece distinta o ha habido un claro “cambio de decorado”. La semana pasada Pedro escuchaba estas palabras de Jesús: “¡Dichoso tú, Simón!… Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Hoy tiene que escuchar: “¡Quítate de mi vista, Satanás!, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios”. ¿Qué ha pasado para que Pedro pase de ser “roca” a ser “Satanás”? Algo tan sencillo como el anuncio de la Pasión y la Cruz. Jesús, tras la confesión de fe en Cesarea, les confirma a los discípulos que es el Mesías, el Ungido de Dios, tal como Pedro había dicho, pero les anuncia que su mesianismo va en la línea del “siervo sufriente” profetizado por Isaías siglos antes.
Y aquí el problema: la lógica del hombre y la lógica de Dios no son la misma. La lógica del hombre se personaliza en Pedro y en el profeta Jeremías. Éste, se lamenta amargamente, y se desahoga con Dios, porque su vocación solo le ha traído disgustos y persecuciones, aunque, seducido por Dios, no puede dejar de continuar con su misión. Pedro, que ha dejado las redes por seguir a Jesús, y le acaba de reconocer como Mesías y Señor, rehúsa aceptar a un Jesús crucificado, y reacciona ante el sufrimiento como hacemos tú y yo habitualmente: huyendo y rechazándolo. La lógica de Dios es otra, es la lógica de la cruz, del anonadamiento y la entrega: “El que quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga…”.
Todo cristiano es sacerdote y profeta desde el Bautismo: por un lado, habla a los hombres de Dios y a Dios de los hombres; por otro anuncia el amor de Dios por toda criatura y denuncia el modo equivocado de obrar contra Dios y contra el hermano. Pero para poder ser profeta antes debe ser evangelizado por la Palabra de Dios y seducido por el mismo Dios, que es quien le impulsa a seguir las huellas de Cristo, a cargar con la cruz y a saber perder la vida para ganarla. La cruz es paso para la vida. Aquí está la confusión de tanta gente: y es que la cruz no es término, sino camino. Jesús lo explica con claridad: el que pierde su vida, el que se vence a sí mismo, el que se olvida de sí mismo… ése encontrará la vida; quien se busca así mismo, quien sólo piensa -y actúa- en primera persona, quien se considera ombligo del mundo y no sabe mirar más que para sí, como el avestruz… ése se pierde, no es feliz ni hace feliz.
Ante los cambios de decorado que la vida nos presente he aquí esta oración -que te invito a hacerla propia, querido amigo lector- tomada de la segunda lectura de hoy: “Señor, que no me ajuste a este mundo, transfórmame… para que sepa discernir lo que es tu voluntad, lo bueno, lo que te agrada, lo perfecto”.
Hoy, al final de este agosto tan “caluroso”, pero pleno en experiencias gozosas, le pido a Jesucristo, el Señor, que te muestre su cercanía y que te acompañe en los momentos de cruz de tu vida.
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