“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14, 1-2)
Para nosotros es difícil conectar con todas las sensaciones del camino; muchos sentimientos se agolpan y nublan la mirada llegando a alterar todo lo que creíamos válido sobre el mundo y su dinámica. Realmente, ha sido necesario nacer de nuevo (Juan 3:3-5). Pero, en lugar de describir las sensaciones del camino mejor sería recordar el sentido del mismo. Muchas personas optan por hacer el Camino de Santiago para las vacaciones, para huir del calor, para dar un paseo por el Norte… todo es admisible e incluso puede parecer bueno pero, ¿qué es lo que llena al hombre?
En nuestros días, cualquier cosa puede confundirse; cualquier escenario puede corromperse. Y, en esta línea, es difícil convencer a los demás de que el “camino” solo es uno, y por eso hay que darle un sentido sólido. Y la base, realmente, es que nada puede llenar tanto como pasar por el “camino” haciendo el bien, andar por la vida con espíritu de servicio y en la búsqueda constante de la verdad, dejando a un lado los placeres y deseos. La casa debe ser construida sobre roca, si no está condenada a caer (Mateo 7. 21-29).
De este modo, nada puede satisfacernos tanto como devolverle al Camino de Santiago su verdadero sentido: ser peregrinos en un mundo difícil, extraños en tierra extraña pero amados y guiados por Dios para la plenitud de los días; descubrir el Camino de Santiago como una simulación del camino por la vida, abierto a todo el que no quiera tropezar con las trampas del enemigo y las piedras escondidas bajo la yerba.
Y al igual que los Salmos y las Bienaventuranzas, hemos adquirido algunas lecciones durante el Camino de Santiago. Estas son la razón por la que nos sabemos guiados por Dios para la realización de su voluntad.
Hemos aprendido que, estar en el camino ya nos hace merecedores del mismo. Que no importa la procedencia, la clase social, el poder o el dinero, en el camino todos andamos y nos medimos por nuestras buenas obras. No hay duda de que “nosotros somos la sal del mundo” (Mr 9.50; Lc 14, 34-35).
Hemos aprendido que Dios nos mantiene en lo más mínimo; que el alimento y el descanso, a veces disueltos en las comodidades de nuestros días, son bendiciones que vienen de lo alto pues “Dios sabe de qué tenemos necesidad, y cuida de sus hijos” (Lc 16,13).
Hemos aprendido a ser testigos que caminan diariamente con los justo para vivir, llevando mensajes de afecto allí donde los quieran recibir (Mr 6. 7-13).
Hemos aprendido que cada persona se comporta según lo que trae del pasado, muchas veces dolor, rupturas, incomprensión, inseguridad… y por eso nadie debe ser juzgado. Más vale acompañar a una persona para que pueda sanar en lugar de juzgarla o medirla. Porque “así como juzguemos seremos juzgados, y así como midamos seremos medidos” (Mt 7. 1-5).
Hemos aprendido que somos más pequeños y débiles de lo que creemos, y que una sola herida puede quitarnos la tranquilidad si no nos apoyamos los unos a los otros. Debemos ser los pies y las manos del otro y amar en medio de la debilidad, porque el amor es un servicio incondicional al prójimo. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mr 12. 28-34).
Hemos aprendido que Dios abre caminos en medio del “camino “y dirige los pasos de quienes lo aman a sitios de descanso: Él es la llama viva del amor.
Él nos ha ganado en generosidad, y se ha manifestado diariamente en cada lugar, Iglesia, parque, albergue y bar en el que hemos podido cantar… y en cada peregrino que se ha conmovido y quebrantado escuchándonos. Dios nos ha ungido para llevar la buena nueva a los pobres (Isaías, 61).
Hemos aprendido a “entender” un poco mejor el plan de Dios, Quien en medio de la vida nos bendice y colma de bienes.
El Camino de Santiago es un reflejo de nuestra existencia, en la que el Señor jamás nos abandona porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
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