Una tarde de junio un amigo me dijo: «vamos al Camino de Santiago en Agosto con la Pastoral Universitaria, vente». Al principio pensé decir que no, pero algo dentro de mí decía que tenía que vivir esa experiencia que tantos otros habían vivido antes y recordaban con tanto cariño. Fueron 2 meses de preparativos, organización, compras, reuniones… Y por fin el día de partida llegó. Con qué ganas íbamos todos cantando en el autobús, cuantas risas e ilusiones por ver qué nos iba a deparar esa semana caminando juntos. Mi búsqueda era concretamente encontrarme con Dios en la naturaleza, en cada paso, en cada compañero. Tenía sed de un agua que no era la de los caños que nos encontrábamos mientras íbamos andando, era el agua viva de Cristo, que es la única que sacia por completo y nos da la vida eterna.
Recuerdo cuando empezábamos a andar cada día viendo cómo amanecía y el sol despuntaba con sus rayos entre las nubes iluminando toda la creación, y me quedaba pensando: ahí está Dios dándonos los buenos días y animándonos para que sigamos con energía hasta el final.
Qué avalancha de sentimientos, alegría, felicidad, ilusión… Pero también cansancio, dolor de pies, fatiga, etc. Descubrí que hay que estar siempre atento a las necesidades de los demás, igual que Dios hace con nosotros, nunca nos abandona, siempre está atento para que no desfallezcamos y nos da ese aliento que nos hace seguir otro paso más por el camino, y por la vida. Vamos todos juntos hacia el final de cada etapa, cada uno a su ritmo, esperando vernos todos al final para celebrar la victoria, ¡hemos llegado! El camino al cielo no es diferente, cada uno tiene su proceso, algunos llegan antes que otros, algunos tienen un camino más largo y tortuoso, pero todos deseamos vernos allí, en el final glorioso de la vida eterna, para reunirnos todos con Dios para siempre.
Me ha encantado disfrutar esta experiencia con la Pastoral Universitaria, a muchos no los conocía y ha sido una maravilla compartir este viaje con ellos. Todavía cojeando y con ampollas en los pies, le doy gracias a Dios por haber puesto en mi camino a todos vosotros, que me habéis ayudado a mejorar como persona y a ponerme de cara a Dios desde el primer momento del día hasta bien entrada la noche.
Mi esperanza esta semana era descubrir a Dios en cada árbol, en cada animal, en cada persona que me encontrara por el camino, y ofrecer todo lo que tengo a Cristo y a los hermanos, y he recibido de vosotros muchísimo más de lo que yo he podido daros a vosotros. Estoy deseando volver a veros en el próximo viaje que organice la Pastoral Universitaria.
Quisiera agradecer especialmente al coro por preparar todas las canciones y poner música a todas las celebraciones, a D. Pedro y a Erles por todas las Eucaristías, la Hora Santa, la adoración, confesiones y acompañamiento que hemos podido disfrutar con ellos, y a todos los demás por haber ayudado siempre para que todo estuviera a punto.
Un abrazo grande.
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