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Camino de Santiago 24 - Francisco Javier Tomás

Siempre se compara la vida con un camino. En este camino, he podido conocer muy profundamente la naturaleza del alma humana y he estrechado vínculos muy fuertes con aquellos que, si bien antes eran parte de la multitud en la calle, en el tranvía, ahora se me presentan como un libro que lo tomas de la estantería y descubres qué hay más allá de la portada y, entonces, los puedo llamar mis hermanos. Al igual que las diversas pendientes de este camino, también he visto distintas emociones: dolor, alegría, amistad, amor. De la misma manera que sucede en la vida, he visto como, a medida que se camina, las heridas se van sumando y a uno le cuesta más caminar, he visto como se puede perder aquello que para ti lo es todo en un segundo. Por eso, recorriendo este camino, me he dado cuenta de que, para sentirse pleno, hay que disfrutar de cada etapa, sin planificar nada más que el siguiente paso que vas a dar, pues, de eso ya se encarga Dios. Así es como el camino y la vida se disfrutan y así es como más aprendes, ya que, de esta manera, eres capaz de escuchar y conocer a cada persona que te encuentras durante el caminar y descubres que la has despedido enriquecido de su sabiduría, sabiendo algo nuevo. Así también, he aprendido lo importante que es tener un apoyo durante este camino para el sostén del alma, de la misma forma que el bastón es sostén del cuerpo. Siempre habrá alguien que nos ayude a levantarnos. Pues, creer que los seres humanos nos valemos por nosotros mismos es de lo peor que podemos pensar. Aunque, también dando, uno puede recibir más ayuda que recibiendo, pues, descubres de ti una versión que antes no conocías.


Esta comunidad, esta iglesia peregrina que hemos sido esta semana, basada en la sencillez y la cooperación, me ha conectado con el modo de vida que Jesús quiere que tengamos. Cada uno con su mochila, física y espiritual, pero unidos a un mismo destino, la salvación. Porque, ese es el final feliz que tiene este camino: todos nos reencontramos frente a la hostia divina, que nos llena de su gracia y su misericordia y nos recompensa con su amor todos los malos tragos, momentos de cansancio, derrota y desánimo y nos hace ver que cada herida valió la pena, porque, cada una de ellas nos acercó más al Padre.


Pero, esa hermosa e imponente catedral donde convergen los sueños cumplidos no es el final, sino parte del verdadero camino, la verdadera peregrinación al Cielo, que es la vida, en la que también habrá subidas, al igual que bajadas, habrá piedras, al igual que asfalto, lloverá y hará sol, habrá heridas más profundas y difíciles de curar que una simple ampolla, verás el mundo a tu alrededor florecer y derrumbarse, pero, como en este camino, no hay que temer, porque Dios siempre está ahí, aunque no lo veas, como el sol que se esconde entre la niebla, te observa ahí, como su pequeña criatura en medio de la verdadera imponencia que es la Creación. Y te espera desde su casa con la puerta abierta de par en par, esperando a que llegues y te reúnas con Él para, entonces sí, convivir eternamente en su Amor.


Muchísimas gracias a todos mis compañeros, ahora hermanos, por esta semana tan enriquecedora para el alma. Estos vínculos han quedado sellados en nuestros corazones cual sello de esos que te encuentras en la travesía.


Que Dios os bendiga a todos y os llene de gracias. Mis oraciones son para vosotros.


Como versaba el antiguo saludo en latina lengua: siempre hacía adelante y hacia arriba, ultreia et suseia.

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