Domingo IV de Cuaresma – Ciclo B
Proponemos para esta cuarta semana de Cuaresma, que se inicia con el Domingo Laetare, Domingo de Júbilo, en el que la austeridad penitencial se suaviza algo ante la inminente llegada del final de la espera y el morado se vuelve rosa en el color litúrgico de los sacerdotes, un desafío sorprendente: caminar del mercadeo a la gratuidad. Hoy casi nada es gratuito. Todo se compra y se vende. Todo se tasa y se paga. Todo hay que merecerlo o ganárselo a pulso. Casi nadie regala nada... Y esto no sólo sucede en los niveles del mercado a gran escala, sucede también en nuestro pequeño mundo de todos los días, en el mundo de las relaciones personales. Por eso, quizás, el amor, la amistad, el perdón, la reconciliación... son bienes tan escasos hoy, y hasta se convierten en mercancía, lo que equivale a destruirlos. Porque… ¿qué queda del amor, de la amistad, del perdón, de la reconciliación... si no son gratuitos?
La gratuidad es un camino fascinante, pero nada fácil. ¿Quieres saber dónde aprender los caminos de la gratuidad? Busca en el corazón de Dios. Dios es gratuidad. El apóstol Juan decía: “Dios nos amó primero”. El evangelio de hoy lo expresa con claridad: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16). Es el resumen de toda la Biblia y la prueba del amor gratuito de Dios al hombre. Pablo, en la segunda lectura, lo explica: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo (...) Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe; y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras para que nadie pueda presumir”. Jesús es total gratuidad y en la gratuidad educa a quienes le escuchan: “Si conocieras el don de Dios”, dirá a la Samaritana; “No convirtáis en mercado la casa de mi Padre”, dirá a los vendedores en el templo; “Lo que habéis recibido gratis dadlo gratis”, instruirá a los discípulos…
Miles de estandartes con sus colores y eslóganes nos bombardean todos los días; son ofertas de felicidad, de placer... de vida. Todos, al final, piden algo... De ahí que no nos fiamos si alguien viene a ofrecernos algo gratis. A veces he preguntado con ironía: “si cobráramos entrada para asistir a Misa... ¿vendría más gente?”. Parece que lo que cuesta dinero es importante y lo gratis no merece la pena. “Algo querrán”, “nadie da duros a cuatro pesetas”, y expresiones por el estilo se oyen a menudo…
Pero nosotros ofrecemos un estandarte distinto, Cristo en la Cruz. Es gratis, y sólo pide mirarlo y creer que Él lo puede todo; sólo pide “dejarse en sus manos”. Y ofrece el mejor premio: la Vida Eterna. Y es que Jesús no vino a condenar sino a salvar, no vino a prohibir sino a liberar… a hacernos sentir la serena presencia de un Dios tan enamorado del ser humano que le ha entregado a su propio Hijo. ¿Por qué, entonces, ese empeño en chantajear a Dios, en jugar a la compraventa con Él?... Su amor es gratis.
¡Feliz y Santa Cuaresma!
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