Domingo V de Cuaresma – Ciclo B
“Que hablen de uno, aunque sea mal”, “cada uno a su bola”, “trátalo con el látigo de la indiferencia”... Son expresiones comunes que nos delatan. El mayor castigo que podemos dar a alguien es tratarlo con indiferencia, es no escucharlo, es no tomar en cuenta sus opiniones, es hacerle pasar desapercibido, “como si no estuviese”. Recuerdo, a este respecto, el anuncio de televisión de cierto aparato de aire acondicionado que “se apaga cuando no hay nadie”. Lo peor que nos puede pasar es que, aparentemente, no existamos; por eso tantas veces el niño, el adolescente, el joven o el adulto debe “dar la nota”, tiene que hacerse presente, tiene que hacerse notar, romper la indiferencia de los demás: ¡Existo!, ¡estoy aquí y reclamo tu atención!
Concluimos nuestra oferta de cinco caminos de conversión para estas semanas de Cuaresma. Invitamos hoy a pasar de la indiferencia a la compasión. Proponemos caminar desde la frialdad e indiferencia ante lo que le pasa a los demás, de las palabras bonitas pero tantas veces vacías, a los hechos de compasión. Compasión es mucho más que un sentimiento. Es comprometer la propia vida para que la realidad del hermano necesitado pueda sufrir una transformación. Muchos traducen “compasión” por “pena, lástima”; pero si el prefijo se pone como sufijo entenderemos que “compadecer” es “padecer-con”, es decir “reír con el que ríe y llorar con el que llora”. En la parábola del buen samaritano Jesús da la explicación práctica de la compasión: no consiste en pasar junto al herido, sino en detenerse junto a él, acompañarlo, consolarlo y buscar con él la solución a su problema; en una palabra, implicarse, zambullirse, enfrascarse. Por eso, compasión es ponerse en la piel del otro. Y no se busca protagonismo: como hace la sal en el guiso, que sazona, pero se disuelve, desaparece; como el grano de trigo, que “si muere da mucho fruto”, y que escucharemos en el evangelio de hoy.
Alrededor de las debilidades de las personas y los pueblos, en torno a sus dolores y sufrimientos, se escriben cada día las mejores páginas de la humanidad. Sólo hay que abrir un poco los ojos y descubriremos miles de historias de amor, miles de historias de compasión. ¿No ha sido ésta nuestra experiencia? Son fruto del Espíritu Santo, que en todo hombre siembra semillas de Dios, que es misericordioso y compasivo... Mira a Jesús, es la compasión en persona: “sintió compasión de ellos... los veía como ovejas sin pastor...”. Empezó compadeciéndose de los que tenían hambre, acabó compartiendo e invitando a compartir: “dadles vosotros de comer”. Si la compasión es verdadera, la abundancia de lo poco puede ser milagrosa; poco importa que se tenga poco, porque compartir es multiplicar, y, además, “no se trata de dar sino de darse”.
Cuando uno siente esta invitación de Jesús “lo deja todo y le sigue”, para ser “apóstol”. Estamos en plena Campaña del Seminario. Pidamos por los que ya han respondido y ya se están formando para ser “pastores y apóstoles”; pidamos por los que aún no han escuchado la llamada o no han respondido. Oremos por los seminaristas y por los sacerdotes.
No es fácil el camino de la compasión, pero es el que lleva a la vida.
¡Feliz y santa Cuaresma!
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