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Cara o Cruz

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario – Ciclo B


No es una simple moneda al aire para determinar en qué lado del campo vamos a jugar; es la tremenda apuesta “a cara o cruz” que cada día ha de hacer el hombre sobre su vida y su destino. Apostar por la cara -dinero, placer, éxito, egoísmo- tiene como resultado la muerte (lo vemos todos los días). Apostar por la cruz -renuncia, obediencia a la fe, perdón, dominio de sí- trae como fruto “el ciento por uno, ahora al presente, y en el mundo futuro vida eterna”. Es el secreto del juego de la vida que Dios ha revelado en Jesucristo a quienes tienen el oído abierto a la Palabra.


“Negarse a sí mismo y cargar con la cruz”, le pareció a san Pedro algo funesto; “involucionista” diríamos en el manido lenguaje de hoy. “Buscamos vivir ¿y nos hablas de renuncia y de cruz?”. Pedro pensaba igualito-igualito que tú y que yo. Dios apuntaba criterios distintos. Ni Pedro, ni ninguno de nosotros, hubiéramos hecho un hombre que, tras una breve niñez y una explosiva juventud iniciara un camino más o menos rápido, pero siempre irreversible, hacia la ancianidad, la senectud, la debilidad y la muerte. Más bien nos habría gustado un hombre en imparable desarrollo vital hasta llegar a ser como Dios. El eterno -y falso- conflicto entre Ciencia y Fe tiene aquí su origen.


Sin embargo, Dios tiene otro concepto de desarrollo, de progreso humano. Es el mismo que cada día nos descubre la naturaleza con el grano de trigo que muere antes de hacerse cosecha, con la poda otoñal de las ramas que fortalecen el tronco del árbol, o con el invierno que parece matar la vida del campo mientras las plantas enraízan firmes para afrontar las dificultades de su vida futura. Progresismo radical son para Jesús el misterio de la cruz y de la muerte, aunque -no ya a los agnósticos o a los ateos sino a los mismos cristianos que confesamos a Jesús como Mesías- nos parezca puro carquerío o fundamentalismo, o incluso masoquismo o sadismo.


“Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará”. ¿Tan extrañas son estas palabras? Sólo hay que abrir un poco los ojos y descubriremos cómo los “aparentemente” triunfadores de la vida terminan solos, desesperados, sumidos en la droga, el alcohol, o destruidos por la misma sociedad que los encumbró. No es necesario dar nombres... Pero la paradoja es que les seguimos imitando o, cuando menos, desearíamos vivir su misma vida.


La pregunta de Jesús -“¿Quién decís que soy yo?”- se dirige hoy a nosotros. La respuesta de fe debe incluir la Cruz; debe admitir que la salvación de Cristo pasa por la Cruz, y que Dios está acompañando y confortando todo sufrimiento, como hace el Siervo de Isaías. Y esa fe tiene que expresarse, además, en la caridad, es decir en el amor práctico: las obras hablan de quienes somos y en qué creemos, nos recuerda el apóstol Santiago en su carta. Precisamente el próximo martes celebraremos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. 


¡Hoy puede ser un buen día para meditar en todo ello!


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