Nada más ajeno a la ciencia que el prejuicio ideológico o la subordinación política
Galileo Galilei ciertamente no murió en la hoguera, pero el hecho de que la autoridad eclesiástica obligara al anciano astrónomo a retractarse de sus teorías no fue un bello momento en la historia de la ciencia. Paul Feyerabend, en su libro “Contra el método”, ha intentado afirmar que tanto las instancias eclesiásticas como Galileo tuvieron una actitud científica en las diversas posturas que mantuvieron en su momento. Sin embargo, el “caso Galileo” ha quedado como recuerdo de que es mejor que la ciencia mantenga su independencia y libertad respecto del poder –eclesiástico, económico o estatal–.
La razón de esta anhelada independencia no es difícil de advertir: el conocimiento científico es tal si es fiel al dato ofrecido por la experiencia. Buscar que la ciencia deba responder a los dictados del poder en turno, sea cual sea, no es una pretensión científica.
Todo científico lo sabe: la ciencia sólo se refuta con ciencia. Por esta razón en todos los ámbitos del saber existe debate, verificación de resultados, publicación con arbitraje doble ciego, y un sinfín de medidas para aproximarse, en la medida de lo posible, a la exploración rigurosa de la realidad. El poder político debe brindar el espacio, la libertad y la justicia elemental para que la ciencia exista. Sin embargo, habiendo construido este espacio, todo lo demás es preciso que sea respeto. Respeto a la libertad de investigación, respeto a la dignidad de todas las personas involucradas en la actividad académica.
Hace unos días tuve la oportunidad de conversar con un conjunto de rectores, miembros de la junta directiva de ODUCAL (Organización de Universidades Católicas de América Latina y el Caribe). Esta organización reúne a 115 universidades con más de un millón y medio de alumnos. Luego de escuchar diversas informaciones sobre la vida universitaria en América Latina, tocamos brevemente el tema de la libertad e independencia de la actividad académica respecto al poder político. Con tristeza tuvimos que constatar cuan frecuente es el hostigamiento directo o indirecto de instancias no-académicas, no científicas, en la realidad universitaria contemporánea. Ya sea por prejuicios ideológicos o por intereses de poder, la libertad académica se encuentra en riesgo.
Tengo la impresión de que este fenómeno, en su versión más contemporánea, hay que encuadrarlo en un contexto amplio de descrédito a la actividad intelectual, la ciencia rigurosa y la necesidad de expertos reales. En muchos espacios y ambientes el “pensamiento débil” campea. Y el “pensamiento débil” frecuentemente está asociado a la actitud de creer saberlo todo y al fanatismo. Estudiar con método por largos años ayuda a descubrir, entre otras cosas, el tamaño de la propia ignorancia.
El Papa Francisco con frecuencia insiste en la importancia de mantener el “pensamiento incompleto”, la capacidad de cuestionar y de dudar, para mantener vivo el asombro sin el cual es imposible descubrir la verdad hasta el fondo. Sólo así es posible superar la fácil tentación de las ideologías que sofocan y reducen la verdad a alguno de sus aspectos. Sólo así es posible readquirir energías y creatividad para enfrentar al poder autorreferencial. La idea, de hecho, es muy antigua. Gregorio de Nisa, en el siglo IV, ya decía: “Los conceptos crean ídolos. Sólo el asombro conoce”.
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