Domingo de Pasión – Ciclo B
“El abuelo tenía los ojos cansados. Su nieto se lo había notado hacía tiempo, y un día le dijo: ‘Abuelo, ¿por qué tienes los ojos sin luz?’. El anciano no le dio muchas explicaciones; simplemente le dijo que… por la edad, por lo que había visto en la vida, por lo que había sufrido. ‘¿Y qué podemos hacer para darte un poco de luz?’, preguntó de nuevo el nieto. ‘Nada, hijo,… bueno sí, sólo hay un medio: si tú me das un poco de los tuyos’. ‘¡Anda, abuelo!, ¡bebe en mis ojos!’, aunque yo me quede sin luz”.
Última etapa en nuestra caminar de Cuaresma. Os he invitado a recorrer cinco “Caminos de Conversión”. Si lo hemos hecho bien, ahora podremos vivir éste último, podremos pasar “de la muerte a la Vida”.
Nuestra vida es claroscuro: prontos para la alabanza por la mañana, escondidos en silencio cobarde por la tarde. Nos pasa con todo; todo lo nuestro es ambiguo. Esta es nuestra experiencia, la misma del Domingo de Pasión. Por la mañana todos con Jesús, palmas en las manos, cantos en los labios, ambiente de fiesta por las calles; por la tarde nadie con Jesús…, solo un cuchicheo de rincones que huele a condena, a muerte. Éste es un buen día para pensar en la cambiante condición humana, en el vaivén de los halagos que, rápidamente, dejan paso a los desprecios y los olvidos.
¿Y Jesús? Él sigue adelante en su camino de entrega: las palmas, los ramos de olivo y los gritos de júbilo no tuercen su camino, el de la entrega sin medida, el del amor a manos llenas, el del siervo, el de la mirada y la compasión hacia el más pequeño. Así inicia Jesús su camino hacia la Pascua, con la experiencia profunda de saberse amado por el Padre. Le espera, en el camino a recorrer, la traición de uno de sus amigos, la negación de otro, el abandono cobarde de quienes le acompañaron por calles y plazas. Le espera también el consuelo de algunas mujeres, la unción con perfume en Betania… y la presencia silenciosa, pero reconfortante, de su madre.
Domingo de Pasión, un buen día para acompañar a Jesús. Mirarlo de cerca nos puede ayudar a “mirarnos de cerca”, a descubrir lo incoherente y frágil que, a menudo, es nuestra vida, y lo necesitados que estamos de que el misterio de Jesús recree nuestro corazón. Ya no es momento de andar por las ramas. Ha acabado la Cuaresma; hemos recorrido cinco caminos de conversión. Es hora de pasar del pecado a la gracia, de lo viejo a lo nuevo, de la tristeza a la alegría, del individualismo a la comunión, de la muerte a la Vida. Es lo propio de Dios: sacar de la mentira, verdad; del sinsentido, creatividad y belleza…, sacar de la muerte la Vida, así en mayúscula.
Somos imagen y semejanza de Dios, somos Templo del Espíritu; por todo ello, en Cristo, también nosotros somos capaces de la misma entrega que Jesús, de dar la vida por el otro, por el hermano, como el niño de la parábola del inicio hace por su abuelo. ¡No lo dudes… es nuestra grandeza y nuestra vocación!
¡Feliz Semana Santa!
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