Domingo XXI del Tiempo Ordinario – Ciclo B
La vida humana está hecha de decisiones; no se puede vivir continuamente en la incertidumbre o en la ambigüedad. No decidirse es signo de inmadurez. Por otro lado, no se pueden recorrer al mismo tiempo caminos divergentes, o incluso opuestos. Elegir supone aceptar un camino y renunciar a otros. Y para que la elección sea plenamente humana, personal, libre, consciente y responsable, debe estar fundada en la verdad, en el conocimiento y en la experiencia de la propia vida.
Josué presentó este dilema al pueblo: “¿A quién queréis seguir?, ¿a quién elegís?, ¿al Dios trascendente que lleva con poder nuestra historia, o a los ídolos frágiles pero manipulables por el hombre, y a quienes sirven tantas gentes de nuestro entorno?”. La respuesta de los israelitas, reunidos en asamblea -“Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses”-, no fue fruto de una sesuda reflexión filosófica o teológica; era la proclamación gozosa de una fe fundamentada en su propia historia: el Señor “había estado grande” sacándolos de Egipto y haciendo alianza con ellos. “¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!”.
Nuestra sociedad, que busca la felicidad, necesita imperiosamente que alguien le pregunte: “¿a quién elegís?”. Mientras el evangelio hable de valores morales el peligro se nota menos. Mientras Jesús sea solamente Maestro, siempre hay posibilidad de poder adaptarlo... Pero llega un momento en que Jesucristo ha de plantearse como quicio de la vida y de la historia humana, y los Sacramentos como signos eficaces de una Salvación que trasciende toda filosofía, toda ética, toda política. En este momento, incluso el hombre de Iglesia puede recular peligrosamente hacia unos llamados “valores cristianos”, pero con olvido del Jesús vivo, resucitado, operante y salvador. “¿También vosotros queréis marcharos?”, pregunta Jesús. El hombre de hoy, como el de siempre, tiene necesidad urgente de una experiencia histórica, personal e intransferible de “trato íntimo” con Jesucristo, que, en medio de las dificultades, le lleve a exclamar como Pedro: “Pero Señor… ¿a dónde voy a ir después de haberte conocido? ¡Sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna!”.
Las medias tintas nunca han llenado el corazón humano. Tanto Josué como Jesús hablan con claridad y exigen respuestas libres y claras. Las palabras de Jesús son duras y difíciles de comprender. Muchos le abandonaron porque no comprendían su lenguaje; otros -como los apóstoles- decidieron seguirle, aunque no comprendían su significado.
La fe y el seguimiento es una opción libre. La respuesta de Pedro resume la actitud del discípulo que ha experimentado la hondura y el amor del Maestro: el camino seguirá siendo angosto, pero la confianza ha sido renovada. Dios espera respuesta… Y es paciente. Creer no es comprender, sino poner la confianza en Dios.
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