Domingo III de Pascua – Ciclo A
Conocemos la historia de aquellos dos hombres camino de Emaús en la mañana de Pascua. Hoy día podían ser dos compañeros del trabajo, dos profesores de instituto, dos curas desanimados, un matrimonio en crisis, dos universitarios, dos amas de casa… Es igual, ¡tanto monta…! Lo cierto es que caminaban -y hoy caminan- desesperanzados, sombríos, contándose sus penas, cuando Jesús en persona -resucitado- se acerca a ellos y se hace presente. Hoy día la conversación bien podría ir en estos términos: “¿Por qué estáis tan preocupados?”… “¡Pero bueno!, ¿eres tú un extraterrestre?, ¿no ves la vida cómo está? Los problemas con los hijos, el desencanto laboral o profesional, las luchas por ser más aún a costa de pisotear a otros, la corrupción, los atentados yihadistas, la crisis laboral y existencial, el paro, el coronavirus y sus contagios todavía… Ya hemos tirado la toalla… vamos ya de retiro. Nosotros esperábamos, pero…”. “¡Qué necios y torpes para entender la predicación de la Iglesia! Pues, ¿no se os dijo que aquella enfermedad no era de muerte, que el pecado estaba perdonado, que existe la vida eterna, que el sufrimiento es purificación y camino de vida, que el mal y la muerte han sido vencidos, que es posible la solidaridad y el amor…?”. Y así, una por una, como entonces, se desmoronan todas las reservas para creer de nuevo, para esperar confiados, para preparar el corazón a la mejor noticia: ¡Cristo ha resucitado!, ¡la muerte ha sido derrotada! ¡el mal y el sufrimiento no tienen la última palabra! ¡Hay esperanza!
Los discípulos de Emaús -en huida y desanimados- encontraron quién les abriera la mente y les explicara las Escrituras. Pasaron luego de la Palabra a la Eucaristía… se les abrieron los ojos y comprendieron. También cada uno de nosotros, si con sinceridad nos abrimos a los signos de los tiempos, si esperamos, haremos experiencia propia del poder transformador de la predicación sobre Jesucristo, del triunfo de la Vida sobre el pecado y la muerte, del don del Espíritu Santo.
Quiero que esta glosa la termine San Papa Juan Pablo II. Así comienza la carta «Mane nobiscum domine», y podría ser un comentario al evangelio de hoy: “Entre la penumbra del crepúsculo y el ánimo sombrío que les embargaba, aquel Caminante era un rayo de luz que despertaba la esperanza y abría su espíritu al deseo de la plena luz. «Quédate con nosotros», suplicaron, y Él aceptó. Poco después el rostro de Jesús desaparecería, pero el Maestro no se fue, se había quedado veladamente en el «pan partido», ante el cual se abrieron sus ojos… En el camino de nuestras inquietudes y dudas, de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, al interpretarnos las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro llega a su plenitud, a la luz de la Palabra se añade la que brota del «Pan de vida», con el cual Cristo cumple a la perfección su promesa de «estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo»”.
También nos puede ayudar esta frase que nos dejó el Papa Francisco hace nueve años en la Audiencia General de Miércoles Santo: “La noche siempre es muy oscura un poquito antes de que empiece a amanecer. No nos bajemos de la cruz antes de tiempo”.
¡Feliz Pascua del Señor Resucitado!
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