Domingo III de Adviento – Ciclo C
Hagamos una sencilla prueba: sentémonos unos minutos a tomar un café, o unas cervezas, y entablemos conversación; dejemos correr el tiempo; veremos cómo de temas vanales pasamos inmediatamente a quejarnos de los mil problemas que nos acucian, de las realidades que nos agobian, de los sufrimientos que padecemos… Saldrá a la luz el problema de los hijos, el trabajo precario, la crisis, los precios de la vivienda, de la luz o de la gasolina, el gobierno, los políticos, la DANA, el hambre, los robos y asaltos… y, cómo no, la enfermedad, la vejez y la muerte. ¡Y como te atrevas, en ese instante, a ser profeta de esperanza serás tachado de iluso, de loco, o de vivir en un mundo irreal!
Sin embargo, es necesario que ahí, en ese instante, aparezca gozoso el profeta, el vocero de Dios: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres” (Pablo, en Flp 4,4); “Regocíjate… grita de júbilo… goza de todo corazón” (Sofonías 3,14s); “Gritad jubilosos, ¡qué grande es en medio de ti el santo de Israel!” (Isaías 12,6). Pero aquellos con los que tomamos café continuarán: “¡Bonitas palabras! Baja de las nubes, hombre; ahora llegaré a casa y me volveré a encontrar al hijo que se droga, y en la televisión hablarán de que hay más paro, y que vienen nuevos impuestos, mi cuñado sigue con cáncer, mi hermana ha decidido separarse… ¿Qué hago?”. Pero si te lo han dicho tantas veces, mira, escucha: “Espera en el Señor, confía en Él, haz caso al que te habla del amor de Dios, comparte la fe con los que caminan contigo en este tiempo, que es una oportunidad de amar; no seas egoísta, abre tu corazón al que sufre, sé honrado en tu trabajo, comparte tu tiempo y tus bienes con el que te necesite, no mientas, educa en la verdad a tus hijos, perdona a quien te la juegue…”. En definitiva… “abre las manos a tus hermanos”.
Si hemos logrado llegar hasta aquí con nuestro interlocutor, desde la sinceridad le oiremos lamentarse: “Ya quisiera yo creer eso, ya quisiera vivir así, pero… ¡no puedo!”. Ahí está la clave: ahora es el momento de gritar y anunciarle “la mejor oferta de estas Navidades”, el único “producto” que realmente vale la pena. Sí, porque hay necesidad urgente de proclamar ante todos los hombres que “en medio de ellos hay uno que no conocen, y cuyo nombre no soy digno de pronunciar, uno que está vivo y con poder de salvar, capaz de destruir ese hombre viejo que reflejamos y que no nos deja ser feliz, y sacar a la luz el hombre nuevo”. Es Jesucristo, que no es un maestro de moral, ni un consejero asistencial, ni un organizador de la sociedad, ni el colega.
Jesús es el Salvador, el que tiene poder de regenerar a los hombres, el que puede darles su Espíritu y enviarlos al mundo como testigos vivos. Pide a la Iglesia que te ponga frente a Jesucristo y... ¡verás la salvación de Dios! Esta es la Buena Noticia: “Dios está cerca”.
Ésta es la causa de nuestra alegría.
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