La expresión emergencia educativa fue utilizada por el Papa Benedicto XVI en una carta que dirigió a la Diócesis de Roma en el año 2008. Sirva esta mención como homenaje y reconocimiento al Papa alemán que tanto me ha ayudado con sus escritos en la formación recibida.
En la sociedad actual todo avanza a gran velocidad con el uso masivo de las nuevas tecnologías, el consumismo, el tener frente al ser, la competitividad o la satisfacción inmediata de los deseos. El ritmo de vida se ha acelerado desmesuradamente, lo cual tiene una repercusión en las relaciones sociales, el ámbito laboral y la vida personal en general; es una sociedad traspasada por el individualismo en la que impera la cultura del descarte, del aislamiento y la falta de sentido de fraternidad en donde se prescinde del esfuerzo al afrontar un desafío o se olvida el valor de crecer como personas ante una experiencia negativa.
Desde distintas instituciones y organismos se intenta sembrar algunos valores como la inclusión, la solidaridad o la tolerancia, pero esto contrasta con una moral utilitarista e individualista que afecta a toda la sociedad, a su desarrollo y crecimiento. Existen algunos planteamientos que parecen incrementar la libertad, pero en realidad lo que se consigue es la despersonalización absoluta, la supresión de cualquier punto de referencia que pueda servir de apoyo a la persona y a sus dificultades, a la verdad o al bien, y antes se conduce a la sociedad a la desorientación y a la inseguridad.
En este estado de cosas, la tarea educativa se presenta como una labor especialmente complicada, tanto a nivel de las comunidades formativas como en el momento de transmitir valores en la familia, de una generación a otra. Es bien conocido el hecho de que los educadores viven la experiencia de la desvalorización de su trabajo y, en general, la sociedad en su conjunto contempla cómo se ponen en duda las bases de la convivencia. Este es uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la educación en la actualidad: la degradación de los valores comunes y las normas básicas de entendimiento a favor del individualismo y el consumismo.
Frente a esta realidad de incertidumbre y desconfianza, el educador debe plantearse su cometido desde una perspectiva antropológica, referida al hombre como ser que crece y se realiza a través de la educación, y cuestionarse si busca formar personas al servicio de una sociedad más solidaria y fraterna, pues ésta visión afectará directamente al modo de comprender y desarrollar la praxis educativa. Por otro lado, la sociedad necesita confiar en los docentes y en la labor que realizan, reconociendo su contribución en la construcción de una sociedad mejor.
En resumen, la educación no es una simple cuestión de puesta en práctica de técnicas y metodologías didácticas, ni la mejora de unas destrezas, sino que supone desarrollar la humanidad de una persona, ayudar a los estudiantes a ser críticos con la realidad que nos rodea para no dejarse dominar por las modas, la publicidad o las ideologías. La actual emergencia educativa acentúa la necesidad de educadores y comunidades educativas que sean testigos de los valores que construyen la vida común. Por ello la instrucción ofrecida debe llevar a salir de uno mismo: educar, no para tener más, sino para ser más.
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