Domingo IV de Pascua – Ciclo B
Al final de una cena en un castillo inglés, un famoso actor de teatro entretenía a los huéspedes declamando textos de Shakespeare… Después se ofreció a que le pidieran algunas interpretaciones. Un tímido sacerdote preguntó al actor si conocía el Salmo 22. El actor respondió: “Sí, lo conozco, y estoy dispuesto a recitarlo sólo con la condición de que después también lo recite usted”. El sacerdote se sintió incómodo, pero accedió. El actor hizo una bellísima interpretación, y con una dicción perfecta: “El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos. Me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida. Y habitaré en la casa del Señor por años sin término”. Los huéspedes, al final, aplaudieron vivamente. Llegó el turno del sacerdote, quien se levantó y recitó las mismas palabras del salmo…
Esta vez, cuando terminó, no hubo aplausos sino un profundo silencio y el inicio de lágrimas en algún rostro… El actor se mantuvo en silencio; después se levantó y dijo a todos, notablemente emocionado: “Señoras y señores, espero que se hayan dado cuenta de lo que ha sucedido esta noche: yo conocía el salmo, pero este hombre… ¡conoce al Pastor!”. Y, dirigiéndose al sacerdote, le dijo: ¡Gracias, Padre!”.
¡Qué maravilla poder transmitir así! Pero… no nos engañemos; no es difícil, no necesita ensayos ni práctica; sólo puede hacerlo quien, ciertamente, ¡conoce al pastor! Sólo es fruto de la experiencia de amor vivida. “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas… Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen”. Así nos habla Jesús a cada uno de nosotros. ¿Podemos decir nosotros que le conocemos? Nuestras obras, nuestras palabras y actuaciones cotidianas lo demostrarán: ¿en quién nos apoyamos, por quién nos dejamos guiar, en qué manos nos confiamos, sobre qué piedra o cimiento construimos…? Porque como dice Pedro: “Jesús, la piedra desechada por los arquitectos, se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”.
Hoy celebra la Iglesia la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones bajo el lema “Hágase tu voluntad. Todos discípulos, todos misioneros”. Se pretende así suscitar en todos los jóvenes la pregunta por su vocación, e invitar a toda la comunidad cristiana a orar y acompañar las vocaciones que la Iglesia necesita en nuestro mundo. Sólo responderá a esta llamada quien escuche al Pastor porque su voz seduce siempre. Yo quiero orar, decir cada día con mi vida -para bien de mis hermanos-: ¡Señor… Tú reparas mis fuerzas… Tú me sosiegas… Tú me conduces hacia fuentes tranquilas … Tú vas conmigo… Tu bondad me acompaña… Tú eres mi roca, mi baluarte!
¡Cuántas ovejas perdidas precisan encontrar al Pastor! Es inexcusable tarea tuya y mía -amigo lector- que un día también lo puedan conocer.
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