Glosa dominical Domingo II Tiempo Ordinario
Conocida y, al mismo tiempo, extraña expresión la que hoy pone el evangelista Juan en boca del Bautista para señalar e identificar a Jesús. Conocida porque se repite en cada Eucaristía cuando el sacerdote muestra la forma consagrada ya partida al pueblo e invita a su comunión. Sin embargo, la expresión es extraña a nuestra cultura. A Juan el Bautista le escuchan israelitas que tienen tras de sí toda una historia de salvación, de sacrificios de animales ofrecidos a los dioses, y más concretamente del poder salvador del aquel cordero comido aprisa y cuya sangre, untada sobre las jambas de las puertas, les procuró la liberación de Egipto. Esta expresión -“el Cordero de Dios”- les remite a la gran fiesta de la Pascua.
En el evangelio de este domingo encontramos tres afirmaciones de gran fuerza teológica que pronuncia el Bautista para dar testimonio de Jesús: éste es “el Cordero de Dios”, es “el que quita el pecado del mundo”, y es el elegido de Dios, es decir, “el Hijo de Dios”. Tres imágenes, tres afirmaciones que se corresponden perfectamente con los cantos del Siervo de Yahvé en la profecía de Isaías; la primera lectura nos ofrece parte del segundo canto. Es curioso que la misma voz aramea “talya” sirva para designar al siervo y al cordero. Esta voz pudo usar el Bautista para señalar a Jesús, y el evangelista -al escribir en griego- optó por cordero. Pero es lo mismo, porque “el siervo” es llevado “como cordero al matadero”, cargará sobre sí las culpas del mundo, y por eso es glorificado: “soportó el castigo que nos trae la paz, sus heridas nos curaron” (Is 53, 5). El Cordero de Dios, Jesucristo, quita “el pecado del mundo” al cargar con él, porque “muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida”.
Hablar de “Cordero de Dios” es hablar de reconciliación, de misericordia, de amor desbordante. Jesús se encarnó para “quitar el pecado del mundo”. Para Juan el evangelista existe un único pecado: “rechazar la Luz que vino al mundo para iluminar a todos los hombres” (Jn 1, 9). Rechazar a Cristo es el mayor y único pecado; las demás transgresiones son sólo manifestaciones incompletas. Jesús cumplirá esta colosal obra de reconciliación entre Dios y el hombre porque Él mismo es Dios.
Sigan algunos persiguiendo a la Iglesia desde los púlpitos de la palabra escrita o desde la política, desde la difamación o la burla, sigan otros haciendo pintadas en los templos o centros de enseñanza con las que demuestran su “respeto” a los demás y su “tolerancia” (¿?), sigan otros insultando y mofándose de las creencias solo para ganar audiencia en algunos programas televisivos, o solicitando la retirada de crucifijos o de capellanes en hospitales, o la conversión de las iglesias en espacios públicos -como si no lo fuesen ya-. Nosotros, como Jesús -el Siervo- seguiremos viviendo del Espíritu, reproduciendo la imagen del Hijo, dando luz al mundo y dando la vida por el mundo: “El mundo os odiará por mi causa, pero no temáis, Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Seguiremos, como Juan Bautista, señalando la presencia de Jesús, el Cordero de Dios, a aquellos que le buscan y todavía no le encuentran.
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