(Sb 15,1-6)
Y una vez pasado el centro del texto, más teórico, volvemos a centrarnos en lo práctico. Nuestro autor nos tiene acostumbrados a enseñarnos algo por medio de comparaciones, es un buen sistema.
Los últimos versos que has leído estaban cargados de cosas desagradables: maldiciones, pecados, castigos. Y, de repente, entramos como en un mar en calma. Ahora se amontonan conceptos positivos. Si comparas la vida de Israel con la de los idólatras entenderás la riqueza que da el verdadero conocimiento de Dios, la Sabiduría. Recuerda el contexto en que se escribe esta obra, la tentación constante de los judíos de abandonar a Yahveh para seguir la corriente cultural que los rodea.
Lee el texto, y descansa en él. Es bonito.
Pero tú, Dios nuestro, eres bueno y fiel,
eres paciente y todo lo gobiernas con misericordia.
2Aunque pequemos, somos tuyos y reconocemos tu poder,
pero no pecaremos, sabiendo que te pertenecemos.
3Conocerte a ti es justicia perfecta
y reconocer tu poder es la raíz de la inmortalidad.
4No nos extraviaron las malas artes inventadas por los hombres,
ni el trabajo estéril de los pintores,
figuras embadurnadas con variados colores,
5cuya contemplación despierta la pasión de los necios,
que llegan a desear la imagen sin vida de un ídolo muerto.
6Amantes del mal y dignos de tales esperanzas
son quienes las hacen, quienes las desean y quienes las adoran.
Hubo un momento, mientras el pueblo de Israel estaba al pie del monte Sinaí, en que Moisés quiso ver a Dios. Pero el Señor le dijo que no podría ver su rostro. Pasó por delante de él mientras estaba metido en una grieta de la roca cubierta por la mano de Dios. Moisés sólo pudo ver su espalda. Y mientras pasaba Yahveh iba diciendo: Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y clemente, lento a la cólera y rico en misericordia y fidelidad (Ex 34,6).
El comienzo del texto que acabas de leer me recuerda esta manifestación de Dios, los conceptos son los mismos. Y por otro lado también me recuerda un pasaje de este mismo libro. No sé si te acuerdas, pero te hablé de ello. En un momento dado se dice que la Sabiduría gobierna todo con acierto (Sb 8,1). Y te dije también que esa palabra hace referencia al gobierno de una casa. Pues ese mismo verbo vuelve a aparecer aquí.
El Señor, creador y gobernador de todo, en su infinita misericordia, ha querido librarnos de los peligros en que han caído los demás pueblos.
Es cierto que somos pecadores, pero conocemos al que ha hecho todo y todo lo gobierna. Los tres primeros versículos se centran en el conocimiento que Dios ha regalado a Israel, y que le preserva de los errores que acabamos de ver. Volvemos otra vez a mirar hacia atrás. El peligro de los impíos, de los que hablaba el autor en la primera parte del libro, era el desconocimiento de la inmortalidad. Pensaban que todo acababa con la muerte, y por eso actuaban así.
El regalo más grande que tiene Israel es el conocimiento de Dios, señor de la vida: conocer tu poder es la raíz de la inmortalidad (Sb 15,3). Ya te hablé en su momento de la importancia de este mensaje dentro del pensamiento de todo el Antiguo Testamento, y cómo estos textos nos acercan ya mucho a la plenitud de la revelación en Cristo.
Los tres últimos versículos insisten sobre la vaciedad de los ídolos. Nos recuerda a aquel carpintero que pintó su figurilla con colores vivos, para que no se notase su falta de vida (cfr. Sb 13,14). Es ridículo, de verdad, comparar una figura pintarrajeada de colores fuertes, con la belleza de un Dios infinitamente misericordioso. Sabemos que a nuestro autor le gusta usar estos contrastes para que se vea mejor la verdad.
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