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Foto del escritorLuis Emilio Pascual Molina

El huevo o la gallina

Domingo XXII del Tiempo Ordinario – Ciclo B


Después de la pausa veraniega volvemos a la vida cotidiana, al horario rígido del trabajo o estudio, y quizás también a la rutina y costumbres “de siempre”. Pero ¿cómo diferenciar entre modas, costumbres, tradiciones, y la verdadera realidad y esencia de las cosas? Este volver de vacaciones es un buen momento para reflexionar sobre nuestra identidad cristina, sobre lo que somos y/o debemos ser. ¿Qué es lo esencial? ¿Qué es lo que debemos creer firmemente, cuál ha de ser nuestro modo de actuar cristiano, y qué y cómo es lo que debemos realmente celebrar cada día? Quizás hemos de revisar nuestras celebraciones, y/o nuestras “prácticas”, ésas que con tanta frecuencia convertimos en meros “ritos sociales” vacíos de contenido: bautismos, bodas, primeras comuniones, funerales, romerías, procesiones… Y no se trata de eliminar o de reducir las prácticas religiosas a algo de conciencia individual, sino de “purificar” conceptos.


De un lado, las nuevas teorías y comportamientos sociales, y el acercamiento de otras tradiciones culturales hasta ahora desconocidas, pueden introducir el desasosiego y el desconcierto. Algunos se dejan arrastrar, y rompen con su pasado “sociológicamente cristiano”; otros se aferran a “lo de siempre”, a las normas bien definidas, pero sin saber por qué y para qué; los más dudan y no saben a qué atenerse, y sólo unos pocos tienen bien clara su identidad. De otro lado -como los fariseos del evangelio que, irritados por el comportamiento novedoso de Jesús y sus discípulos, veían tambalear sus esquemas-, muchos cristianos “de siempre”, ante formas nuevas de evangelización, ante la realidad de los nuevos movimientos, o ante ciertas adaptaciones litúrgicas o modificaciones de expresiones y tradiciones, piensan que todo se va a hundir. 


Una tercera observación: hay muchos que se preocupan por la contaminación exterior y física de la atmósfera, del agujero de la capa de ozono, del cambio climático... y por el contrario, hay un silencio casi absoluto sobre la contaminación interior y moral. Nos indignamos -y con razón- ante la cantidad de plásticos y basura en los océanos, o el deterioro del Mar Menor, pero no hacemos caso -o no lo suficiente- ante la maldad que rodea a niños, jóvenes y adultos ensuciándolos e impidiéndoles volar o caminar por la senda luminosa del bien. Porque la verdadera y preocupante contaminación es aquella que cada día crea atmósferas irrespirables entre compañeros de trabajo o estudio, en la comunidad de vecinos, en la propia familia…; ésa que envenena las relaciones humanas y va produciendo cansancio y hastío por vivir.


Jesús, en el evangelio, expone el programa de una verdadera “ecología del corazón”. ¿Qué es más urgente, sanar el hombre o las estructuras? Eterno problema del huevo y la gallina. El Evangelio de hoy apunta directamente al corazón del hombre… y al remedio lo llama conversión: la tarea consiste en resanar el corazón del hombre. Es tarea urgente; estamos todavía a tiempo, y se lo debemos a las generaciones jóvenes.

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