top of page
Foto del escritorJosé Antonio García López

El recuerdo que se hace oración

Anamnesis hímnica (Sb 10-19)


Y nos metemos ahora en la última parte del libro, que también es la más larga. Hemos visto lo buena que es nuestra amiga, la Sabiduría. El autor ha conseguido despertar en nosotros un fuerte deseo de poseerla. Pero, al mismo tiempo, sabemos que para nosotros es inalcanzable. Ella es la consejera que Dios tiene a su lado. ¿Cómo vamos a poder contratarla para nosotros mismos?


Sólo hay un modo de conseguirlo: pedirla.


Acabamos de leer el texto bellísimo de la oración de Salomón. Viendo cómo él la pidió, también nosotros aprendemos a pedirla. Después de todo lo que ya sabes, tanto tiempo llevamos ya juntos en esta aventura, te debe quedar claro que lo único que podemos hacer, lo más eficaz sin ninguna duda, es la oración.


Sé que este mensaje está en contra de toda la mentalidad que nos rodea. Sé también que, incluso entre los cristianos, no se entiende bien que lo que más fruto produce es rezar. Quizás te viene bien recordar que la Iglesia, que no es tonta en absoluto, quiso proponer como patrona de las misiones a una monja de clausura, Sta. Teresa del Niño Jesús. Por algo será. Lo más práctico es la oración. Así que, a rezar, no perdamos el tiempo con tonterías. Y a rezar se dedica nuestro autor.


Lo que queda del libro es todo una oración. Una oración en la que se recuerda la historia. Ya te he dicho unas cuantas veces que nuestro autor es un buen maestro. Por eso cuando quiere que aprendas algo prefiere ponerte delante algo concreto para que puedas identificarte con ello. Así que ahora nos metemos de lleno en acontecimientos. Veremos cómo actúa la Sabiduría divina. Veremos cómo acaban los que la rechazan. Recordaremos cómo Dios ha cuidado a su pueblo. Y todo nos llevará a dar gracias y a pedir. Un recuerdo que se hace oración. A partir de ahora van a abundar los textos en segunda persona del singular, el autor se va a dirigir directamente a Dios, va a hablar con Él. Cambiará este modo de hablar cuando se detenga en las maldades de los que han rechazado a la Sabiduría. Quiere evitar que alguien pueda echarle la culpa a Dios de estas maldades. Los culpables son los que voluntariamente se han apartado de Dios.


Te doy ahora algunos datos que te ayuden a hacerte una idea de lo que vamos a ver a partir de ahora. No intentes memorizarlos. No pierdas el tiempo. Si luego no te acuerdas vuelve a esta página que aquí estarán, de aquí no se mueven. Además, te los voy a ir recordando cuando llegue el momento. Cuando las personas nos vamos haciendo mayores tendemos a repetir demasiado las cosas. Paciencia conmigo.


Te hablé antes de la bondad de las cosas materiales. Todo ha sido creado por Dios. Todo es bueno. Lo único malo somos nosotros cuando no hacemos la voluntad de Dios. La materia no sólo no es mala, sino que es buena y sirve para el bien. Por medio de las realidades materiales Dios actúa. Y el mismo elemento material puede producir un bien para los que viven con la Sabiduría, y un mal para los que la rechazan. Este es el principio que rige toda esta parte del libro. Algo que tiene efectos contrapuestos en unos y en otros.


Nos vamos a encontrar con dos tipos de personas. No más. Estamos en un libro que quiere enseñar y necesitamos simplificar la realidad para que se vean claros los conceptos. Los que están con la Sabiduría: el pueblo de Israel. Y los que la rechazan: los egipcios. Simple. Así que esta parte del libro es ver cómo una misma realidad salva a Israel y vence a Egipto. Y esto lo vamos a ver siete veces. El siete no sólo es un número bonito, sino que es la totalidad. Es un modo de decir que así actúa Dios siempre y con todos. Por medio de la historia Dios salva a los que se fían de Él y vence a sus enemigos.

Siete cuadros en que se comparan dos acontecimientos, uno de los judíos y otro de los egipcios. Y en los dos acontecimientos interviene el mismo elemento. Ya lo verás en concreto y lo entenderás mejor.


De estos siete el primero y el último tienen relación: los dos nos van a hablar del agua. Estructura concéntrica, esto ya te lo sabes muy bien. Y como siempre en el centro encontramos lo que el autor considera lo más importante. Nos va a hablar de una comida muy especial. Ya verás, te gustará este texto, seguro. Y dentro de este sistema de siete comparaciones encontramos dos paréntesis. Una digresión es una figura literaria, parece que al autor se le ha ido la cabeza y empieza a hablar de un tema distinto, pero no es así. El autor quiere hablar de algo aparentemente diferente porque lo va a usar después en el discurso. Dos textos que se salen de este esquema, pero que nos sirven para entender todo lo demás.


En la primera digresión nos va a hablar del modo de actuar Dios: Dios obra con moderación, incluso al castigar a los que son muy muy malos. La segunda digresión nos habla de los que adoran a dioses falsos. Quizás te pueda parecer un tema poco interesante, pero te puedo asegurar que era el más importante en la época en que se escribe la obra. Y yo creo que hoy en día vuelve a tener importancia, aunque con otras formas externas tenemos una cultura que adora dioses que no son tales. Ya hablaremos de ello. Hay tiempo para todo.


Siete comparaciones, dos digresiones, eso es lo fundamental en esta parte. Y, como es costumbre, una introducción al principio y una conclusión al final. Y todo ello lo había anunciado en el texto que has leído hace poco. Al final de la oración de Salomón, el último versículo, hemos encontrado tres verbos seguidos en pasado. Nos hablaba de las cosas que ya había hecho la Sabiduría: “fueron enderezados… fueron enseñados… fueron salvados” (Sb 9,18).


Pues eso es lo que vamos a ver a partir de ahora, lo que la Sabiduría ha hecho en Israel.

Dos cosas más, antes de meternos en harina. Ya te he hablado de lo que es una inclusión, el autor repite un término, o un concepto, al principio y al final porque le interesa delimitar un texto.


Yo creo que esto se puede ver en esta parte del libro. Ya te he dicho cómo la primera y la última de las comparaciones se corresponden. Ya te dije hace tiempo que a nuestro autor no le gustan los nombres propios. No aparece ninguno de persona. Quiere que te puedas identificar con los personajes que aparecen, ése del que está hablando eres tú, o puedes ser tú. El único nombre propio que aparece en el libro es “Mar Rojo”. Sólo aparece dos veces (cfr. Sb 10,18; 19,7), es decir al principio y al final de esta parte. Además, es un concepto importante. Ya te he dicho que el agua abre y cierra este apartado. Y no un agua cualquiera. Las aguas del Mar Rojo nos traen el recuerdo de la actuación de Dios que salva a Israel de las manos del Faraón para hacer de él un pueblo libre. De esto es de lo que se trata en esta parte del libro.


Y después de haber cruzado el Mar Rojo y verse salvado definitivamente de sus enemigos, ¿qué es lo que hace el pueblo de Israel? Pues alabar al Señor, darle gracias por su bondad (cfr. Sb 10,20; 19,9). Y esto también aparece al principio y al final de toda esta parte del libro. Y nos indica qué es lo que quiere hacer el autor: recordar la bondad de Dios para darle gracias y cantar públicamente su grandeza. Una anamnesis hímnica, un recuerdo que se hace oración, que se hace canto.


Ya verás cómo vamos a disfrutar leyendo estos capítulos.

Comments

Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Add a rating
bottom of page