Puede parecer a muchos una pregunta retórica, pues la impresión general e inmediata – al menos en España – es que todo sigue igual de mal para los cristianos o peor aún para los católicos. Las últimas cifras de las que disponemos indican que a lo sumo llegan al 18% los católicos practicantes y al 55% si sumamos los menos entusiastas. Otros pueden encontrar el tema de la moda ofensivo, sobre todo aquellos para quienes la fe cristiana es lo más serio que pueden concebir, algo no sujeto a los vaivenes y frivolidades de la moda, sino a una decisión existencial de tremendas consecuencias para la vida de una persona.
No estoy seguro de que sea correcto plantear el tema de la fe cristiana en términos de modas o tendencias culturales, pero puede darnos un cierto enfoque sobre las condiciones en que se percibe dicha fe, o si queremos, sobre los inevitables sesgos a los que está sometida. Está claro que ser cristianos no estaba de moda en absoluto en las últimas décadas. Éramos conscientes de formar una minoría contracorriente y que no estaba demasiado bien visto en círculos más selectos e intelectuales presentarse como católicos; había más bien que disimular, y en ciertos ambientes se percibía incluso como algo “de mal gusto”.
Las cosas están cambiando bastante en tiempos más recientes. Cito algunos síntomas. Un primer ejemplo llamativo ha sido la publicación el pasado mes de Agosto en el influyente y liberal diario americano The New York Times, de un artículo bajo el título “New York’s Hottest Club Is the Catholic Church” 1️⃣, que vendría a ser “El club que más mola en Nueva York es la Iglesia Católica”. Leído desde nuestra latitud puede parecer algo alucinante, casi una historia de extraterrestres. Pero hay más. Hace unas semanas muchos medios de comunicación se hacían eco de lo que se ha llamado “Asbury Revival” – yo me enteré leyendo The Economist. Una oración de estudiantes en la capilla de una oscura universidad de provincias en Estados Unidos se convirtió en un amplio fenómeno religioso cuando los estudiantes decidieron continuar esa oración con gran intensidad por dos semanas, algo asombroso incluso en aquel ambiente más devoto que el nuestro.
Puedo añadir algunas experiencias personales. Estuve una semana en Oxford por motivos de estudio a principios de febrero pasado. Me llamó mucho la atención que las iglesias de distintas confesiones estaban llenas, las preciosas vísperas de la Iglesia Anglicana eran seguidas por muchos, sobre todo estudiantes. Una de las iglesias más concurridas en el centro, San Aldates, había tenido que pasar de 2 a 4 celebraciones los domingos, y todas repletas, sobre todo de jóvenes. Estos datos se confirman en otros países europeos, como Francia, donde algunos sociólogos destacan la afluencia a las celebraciones religiosas de personas de otro perfil: de media edad, con estudios superiores y de ciudad. En España, el movimiento Hakuna y los retiros Effetá hacen noticia por su capacidad de convocar jóvenes sobre todo de un cierto nivel cultural.
Otros datos también son significativos: se publican en medios normalmente seculares y progresistas o liberales noticias y análisis que exaltan el valor de la fe y la oración, como por ejemplo un reciente conmovedor artículo sobre la oración como lo único que ayudaba a cicatrizar las heridas y devolver la esperanza a una comunidad traumatizada después de un tiroteo en una escuela de Nashville, USA, en el que murieron varias personas, entre ellas algunos niños 2️⃣; o bien un análisis en otro medio digital inglés, sobre “Cómo un coro de iglesia africano marca la diferencia en el cuidado de unos ancianos residentes” (The Conversation 23 Marzo 2023).
Está cambiando claramente la marea, aunque en España aún cueste reconocerlo. Se percibe otro ambiente en varios países y en la prensa de mayor prestigio. Ya no se ve la fe cristiana como un retraso, o una agencia que sirve sobre todo a las personas de la tercera edad, sino como un elemento importante para dar calidad a la propia vida y a nuestras familias y relaciones. Quizás muchos – sobre todo personas con mayores exigencias intelectuales y vitales – descubren que otras propuestas seculares son menos convincentes, y que el cristianismo y las iglesias, a pesar de todo, siguen ofreciendo sentido, misericordia, sanación y esperanza; y que además se combina muy bien con una mentalidad formada, incluso científicamente, exigente y positiva.
No estoy seguro de si esta tendencia sea simplemente una “moda” que puede pasar, como todas las modas, o se trate más bien de un cambio cultural profundo y de mayor alcance, capaz de convencer a muchos sobre la bondad y conveniencia de seguir a Cristo y de formar parte de comunidades de amor y esperanza. En todo caso se trata de signos de gran interés, y que nos hacen pensar que Dios no ha desaparecido del todo o que las iglesias no son instituciones inútiles o completamente desfasadas. Hasta hace muy poco – y aún hoy – muchos pensaban que un joven que iba a misa era un ‘friki’, o como dicen en Italia un ‘sfigato’ es decir, uno con mala suerte, un perdedor que sólo podía encontrar consuelo y ánimos en las iglesias. Creo que es esa percepción la que está cambiando de forma significativa.
Confiemos en que esta tendencia también llegue a nosotros y anime a muchos, sobre todo a los jóvenes, a cambiar de idea, a superar viejos sesgos que han alimentado durante décadas su alergia y aversión hacia todo lo católico. Esperemos sobre todo que las iglesias cristianas sepan conectar con esa nueva sensibilidad y ofrecer el mensaje de salvación al que muchos anhelan, sintonizando con su estilo y expectativas. Basta pasar unas semanas en Oxford para darse cuenta de cómo es posible algo que nos puede parecer de otro mundo. Una cosa es segura: en Oxford no están tontos.
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