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Foto del escritorLuis Emilio Pascual Molina

Evangelio para hombres sencillos

Domingo XIV del Tiempo Ordinario – Ciclo A


Sencillez y humildad, imprescindibles actitudes para poder acoger el evangelio, la Buena Noticia de Jesucristo. Sólo los sencillos, los humildes, los que son como niños, los que no son prepotentes ni soberbios… pueden entender a un Dios que es “manso y humilde de corazón”. Sobran las preguntas, las dudas… porque todo se resume en una confianza total en “aquél que me ama y se entregó por mí”. En consecuencia, no hay miedos, ni recelos, ni temores.


Se me ocurre transcribir la siguiente historia:

Un alpinista, ansioso por conquistar la cima de una montaña, inició su travesía después de años de preparación. Quería la gloria únicamente para él; por lo tanto, subió él sólo. La noche cayó con gran pesadez en la montaña. Todo era negro, sin visibilidad alguna; la luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. Al subir por un acantilado, a unos pocos metros de alcanzar la cumbre, resbaló y se desplomó por el aire, cayendo a velocidad vertiginosa. En la caída libre sintió la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo, y en esos momentos angustiosos le pasaron por su mente todos los episodios de su vida, los gratos y los no tan gratos. Pensaba en la cercanía de la muerte, pero, de repente, sintió el fortísimo tirón de la larga cuerda de seguridad que lo amarraba de la cintura a la roca de la montaña. En ese instante de quietud, suspendido en el aire, el miedo le invadió y no le quedó más que gritar: “¡Ayúdame, Dios mío!”. De pronto, una voz grave y profunda de los cielos le contestó: “¿Qué quieres que haga?”. “Sálvame, Dios mío”, respondió él. “¿Realmente crees que yo te puedo salvar?” -se escuchó-. “¡Por supuesto, Señor!”. “Pues, corta la cuerda que te sostiene” -concluyó la voz-. Hubo un momento de silencio. Pero al final el alpinista, lleno de un gran temor, se aferró más a la cuerda. Al día siguiente, al llegar el equipo de rescate, encontró al alpinista colgando, con sus manos fuertemente agarradas a la cuerda, congelado… ¡a tan sólo dos metros del suelo!


¿Y tú?, ¿qué tan aferrado estás a tu cuerda?, ¿te soltarías? No dudes de Dios; no digas que él te ha olvidado o abandonado; no pienses que no se ocupa de ti... Siempre recuerda que Él te sostiene de su mano derecha (cf. Is 41, 13).


Quien es como un niño -sencillo y humilde, nada soberbio ni arrogante-, sonríe, y sueña… y espera con las manos vacías, para recoger cada migaja de amor y descubrir cada maravilla escondida en el día a día. Quien tiene un corazón sencillo, se acerca al que es “manso y humilde” para encontrar alivio y paz.


“Venid a mí los cansados y agobiados y yo os aliviaré…”, invitaba Jesús a sus paisanos. Podíamos traducir también así: “Descansad en mí -como un niño en brazos de su madre (cf. Sal 130, 2)-, dejaos enseñar por mí, no dudéis de mi amor -aunque parezca que no estoy-, no os rebeléis en la prueba o el sufrimiento -porque lo necesitáis como ayuda en vuestra madurez y para vuestro crecimiento-, confiad en mí”. Reposad vuestra cabeza en mi pecho, como Juan…, y encontraréis vuestro descanso”.


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