Domingo I de Adviento
Comienza un nuevo año. Comienza el Adviento. Comienza la espera. Pero no una espera cualquiera, porque aquél que viene es el Señor. Él se pone en camino, da el primer paso, toma la iniciativa. Pero también espera, porque el amor hace de Él un “buscador”, un apasionado buscador de todo ser humano. Dios -el que viene- está en continuo y permanente Adviento. El teólogo Bruno Forte afirma que “Dios es adviento (el que está siempre viniendo) y el hombre es éxodo (el que siempre está en camino)”. Y Él -que viene- “se hace interioridad en quien le acoge”, “se hace creatividad en quien le abre la puerta”, “se hace comunión en quienes se estremecen ante su presencia”, y “se hace niño -se encarna- en quien desde la humildad está dispuesto a ser recreado”.
Se habla de tres venidas del Señor: la primera sucedió hace unos dos mil años, cuando el Verbo de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros; la segunda es la de cada día, la de los acontecimientos diarios, y en especial en la Eucaristía, donde el Señor se nos da como novedad cotidiana; la tercera es aquella hacia la que camina la misma historia humana, la definitiva venida del Hijo de Dios en gloria.
La liturgia de hoy es un canto a la Esperanza: “¡Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación!”. El cristianismo, que es adhesión a una persona, Jesucristo vivo y resucitado, no es amargura, ni desesperación, ni miedo, no es triste ni aburrido, sino fuente de alegría y de vida y creador de belleza. De ahí que “quien se encuentra con Jesucristo no sólo no pierde nada, sino que lo gana todo”. Él es la verdad que esclarece preguntas e interrogantes, el camino a surcar cada día para encontrar felicidad plena, la bondad que nos mueve a hacer siempre el bien, la vida que anhelamos a cada instante, y que perdemos por el pecado. Él viene a darnos todo, y nosotros lo esperamos gozosos: “¡Ven Señor Jesús!”.
Comenzamos este tiempo de Adviento mirando al futuro; por ello los textos de hoy nos hablan de los “signos” que preceden al final de los tiempos. Descifrar estos “signos presentes” consiste en mirar al futuro. Porque: “llegan días en que cumpliré la promesa”, dice el Señor por medio el profeta Jeremías. El Adviento, por eso, es tiempo de espera. Y las actitudes de la espera son tres: espera profética, porque Dios promete la salvación; espera activa y vigilante, porque el mismo Jesús anuncia la inminencia de la liberación y hay que estar despiertos; y espera en permanente conversión, para poder presentarnos “santos e irreprensibles ante Dios” (1Tes 3,13). En una semana, el próximo domingo, día 8, celebraremos a la Reina del Adviento, a María, “la que supo esperar y nos enseñó a esperar”, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción.
Existe el cielo, habrá justicia, consuelo, paz… No te angusties ante el momento presente o las crisis, espera deseando la venida del Señor a tu vida y a la realidad de este mundo. El que vino en la humildad del pesebre, viene cada día y vendrá definitivamente en poder y gloria. Nada de amarguras, nada de temores. ¡Grita la salvación de Dios!
¡Ven, Señor Jesús!
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