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Foto del escritorJosé Antonio García López.

La amé

(Sb 7,7-12)


Y el rey empieza a hablar de él mismo, de su vida. La verdad es que, a nosotros, los cristianos de nuestra época, nos falta un poco de conocimiento de la Biblia. Bueno, la verdad es que nos falta mucho. No le damos, creo yo, la importancia que tiene a la Historia de Salvación que Dios ha hecho con su pueblo.


Sin embargo, estoy seguro, cuando un judío de aquella época escuchaba este texto ya sabía de qué estábamos hablando. Cuando un israelita está oyendo hablar sobre la Sabiduría, y de repente ve que el que está hablando es un rey, ya sabe quién es.


Salomón, el hijo de David, su sucesor en el trono, es el rey sabio por antonomasia. Por ello es Salomón el que habla. Pero al autor sólo le interesan algunas cosas de Salomón. Así que no nos va a hablar sobre el modo de organizar el reino, ni tampoco de su forma de administrar la justicia. Por supuesto tampoco nos va a decir nada de sus defectos. Al final de su vida se desvió de la verdad, se dejó llevar por sus muchas mujeres extranjeras y llegó incluso a adorar a otros dioses (cfr. 1Re 11,4-8).


Pero nada de eso nos interesa. Sólo nos interesa su relación con la Sabiduría. Y, voluntariamente, el autor no nos dice el nombre. Creo que es como si nos estuviera dando un modelo universal que sirva para todos los humanos. Lo que digo de Salomón también se podría decir de ti, si tú quisieras. Ése del que estoy hablando eres tú mismo.

Detrás del texto que vas a leer a continuación está un episodio muy conocido de la vida de Salomón. A los destinatarios del libro no hacía falta que se lo recordaran, se sabían la historia de memoria.


Quizás tú, amigo mío, también lo sabes. Pero como sé que eres paciente, y ya me has aguantado mucho, me vas a aguantar un poco más y me vas a permitir que te lo recuerde.


Cuando el rey David muere, Salomón lo sucede en el trono. Entonces era muy joven, quizás dieciocho años. Su padre había reinado durante mucho tiempo, cuarenta años dice la Escritura (cfr. 1Re 2,11). Él había reunido por primera vez las doce tribus y había podido gobernar sobre todas ellas.


Salomón era consciente de la dificultad de su misión. Así que una de las primeras cosas que hace fue al templo que había en Gabaón, allí estaba la tienda de la reunión. Y allí en una noche, hablando con Yahveh, le pidió que le concediera la Sabiduría para poder gobernar el pueblo. Y al Señor le agradó aquella oración. No le había pedido riquezas, ni honores, ni larga vida, ni la derrota de sus adversarios. Así que el Señor hizo lo que Salomón le pidió, le concedió la Sabiduría. Pero junto con ella, y aunque no lo había pedido, también le regaló innumerables riquezas (cfr. 1Re 3,4-15; 2Cr 1,3-12).


Bueno, y con todas estas historias detrás ya puedes leer el texto, que ya va siendo hora.

 

Por eso, supliqué y me fue dada la prudencia,

 invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría. 

8La preferí a cetros y tronos

 y a su lado en nada tuve la riqueza. 

9No la equiparé a la piedra más preciosa,

 porque todo el oro ante ella es un poco de arena

 y junto a ella la plata es como el barro. 

10La quise más que a la salud y la belleza

 y la preferí a la misma luz,

 porque su resplandor no tiene ocaso. 

11Con ella me vinieron todos los bienes juntos,

 tiene en sus manos riquezas incontables. 

12Disfruté de todos, porque la sabiduría los trae,

 aunque yo ignoraba que ella era su madre.

 

El texto que acabas de leer está encuadrado por la repetición de la misma palabra Sabiduría al principio (Sb 7,7) y al final (Sb 7,12). Es una unidad en sí mismo.


Desde el principio nos indica qué es de lo que estamos hablando: recé (Sb 7,7). Recuerdas que, hace poco, el mismo Salomón nos recordaba que, cuando el vino al mundo, no tenía nada de especial. Sólo sabía llorar, nada más. La Sabiduría no es algo natural que se obtiene por el nacimiento. Es un don que Dios da. Para eso hay que pedirla. A partir de este momento la oración va a ser algo fundamental en este libro, hasta el final.


Casi todos los verbos de este párrafo están en pasado, el equivalente a nuestro pretérito indefinido o pretérito perfecto simple: recé… se me concedió… supliqué… vino (Sb 7,7) y así a lo largo de todo el párrafo.


Salomón hace referencia al acontecimiento de Gabaón en pasado. El autor nos presenta un Salomón ya maduro, en la plenitud de su edad. Todavía no ha alcanzado la vejez. Su corazón todavía no se ha desviado del Señor rindiendo culto a otros dioses.


Y el Salomón maduro recuerda lo que sucedió cuando era un muchacho, y nos lo cuenta porque sabe que nos va a venir bien. Es lo que en las películas llamamos normalmente un flashback. Analepsis lo llaman de forma más culta.


Salomón, ya un hombre adulto, es testigo de que la Sabiduría vale mucho más que todas las riquezas del mundo juntas. Este tema ya ha salido. Recuerda cuál va a ser el final de todos aquellos poderosos cargados de riquezas y de jactancia (cfr. Sb 5,8-9).


Pero la novedad, y de esto también es testigo en primera persona el Salomón ya maduro, es que, junto con la Sabiduría vendrán también todos los demás bienes. Fue el Señor el que se lo prometió.


Recuerda que en su momento te expliqué que este libro tiene una visión más bien positiva de la Creación. Los bienes materiales son creados por Dios. Por eso son buenos. Y por eso no son dioses.


Y la Sabiduría trae consigo todas las cosas buenas de esta tierra. Porque ella es su madre (Sb 7,12). Se empieza a ver aquí una cierta función de la Sabiduría en el momento de la Creación. Pero de eso nuestro autor nos quiere hablar más adelante. Mejor no adelantarnos. Vamos a dejarnos llevar.

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