Comenzamos una nueva sección en la página web de la Pastoral Universitaria de la Diócesis en la que iremos desgranando poco a poco la enorme riqueza doctrinal que se contiene en esta Carta encíclica donde se toca de lleno el influjo del cristianismo en el mundo de la cultura y del pensamiento de nuestros días, por lo cual es casi como la Carta Magna del apostolado universitario de la Iglesia.
Se trata de la encíclica del papa Juan Pablo II que lleva por título Fides et ratio, que traducido al español significa La fe y la razón. En ella se trata de explicar cuáles son las relaciones armoniosas y de mutua cooperación que internamente deben existir en cualquier persona humana entre su fe religiosa y su capacidad racional de conocer, en otras palabras, entre su propia fe y su razón o inteligencia.
Esta encíclica es decisiva para cualquier cristiano que quiera comprender por qué es cristiano y tiene la fe de la Iglesia en medio de un mundo cultural como el Universitario de nuestros días, en el que suele hacerse gala de indiferentismo religioso o abiertamente de confrontación y rechazo de la fe como algo oscuro y propio de otros tiempos ya superados o de la más baja superstición humana.
El motivo por el que fue escrita en el año 1998, a finales del siglo XX y a inicios del tercer milenio de la vida de la Iglesia, se debió a que el Concilio Vaticano II eludió tratar directamente este asunto porque la teología previa al Concilio tenía mal planteados algunos problemas que dificultaban seriamente una comprensión actualizada del tema. Así, la Escolástica decadente incurrió en el llamado intelectualismo de la fe o racionalismo, que había reducido la fe del cristiano a todo un conjunto de verdades reveladas y la fe fuera únicamente el contenido intelectual de unas ideas que solo se podían alcanzar de un modo extraordinario, totalmente fuera de la vida común y al margen de su experiencia.
El Vaticano II desarrolló ampliamente el contenido interpersonal de la fe, con el que pudo hacerse luz sobre esas deficiencias previas, pero faltaba todavía un documento que pasara revista de modo global al influjo que la fe ha tenido y tiene en la cultura humana a lo largo de la Historia, especialmente en los cruciales momentos de cambio final de un milenio y comienzo de otro, situando el tema en el periodo cultural llamado posmodernidad, que es en el que todavía nos movemos.
Si tuviéramos que preguntarnos, ¿cuál es la idea central de toda esta encíclica y el resumen más esencial de lo que se nos quiere transmitir en ella?, sería muy fácil encontrar la respuesta pues bastaría con leer la primera frase con la que se da inicio al texto pontificio: “la fe y la razón (fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”.
Todo hombre busca siempre la verdad, salvo que quiera engañarse a sí mismo, y esta verdad que busca es en el fondo la verdad de sí mismo, la que le lleva a conocer ¿quién es él?, ¿qué hace aquí en la vida?, ¿qué tiene que hacer para ser feliz? y, en definitiva ¿cuál es el sentido de su propia vida?
La Fides et ratio viene a decir que a estas preguntas tan decisivas para la vida de cada persona solo se las puede contestar adecuadamente si se usan al mismo tiempo y de forma armoniosa tanto la dimensión religiosa de la persona (la fe) como su dimensión racional (la inteligencia). Fuera de esta relación armoniosa que hace luz al respecto, el hombre queda a oscuras en su interior acerca del sentido de su vida y permanece culpablemente en la oscuridad y en el vacío al que le someten su cobardía para afrontar las cuestiones decisivas o su soberbia intelectual.
El ejemplo que pone el Papa para expresar esa relación armoniosa es contundente y muy expresivo, porque arranca ya desde los inicios del pensamiento filosófico de la humanidad con el símil que utiliza Platón en la alegoría del carro alado en su diálogo Fedro, para indicar ese mismo anhelo que todo hombre experimenta por llegar a saber la verdad de sí mismo y justificar cómo ésta es fruto de la colaboración entre su misma capacidad de conocer y el encuentro con esa verdad sobre sí que le sobrepasa y que resulta inalcanzable para él si no se fía de Dios.
Detrás de este ejemplo hay toda una profunda antropología o comprensión de quién es el hombre y cómo las cuestiones trascendentales le sobrepasan, porque lo acercan a la realidad divina, de manera que si la ocultara se silenciaría su misma conciencia. Platón ilustra su visión armoniosa con el auriga que ha de saber conjugar esas contrariedades o tensiones acerca de la constitución conflictiva entre el bien y el mal del alma humana por medio de las riendas con las que se sujeta a los caballos para encaminarlos hacia la verdad y no al mundo de las apariencias.
El ejemplo es mucho más inteligible si pensamos en un pájaro que para echar a volar, que es lo más propio de su naturaleza, no podría hacerlo nunca sin usar sus dos alas de forma armoniosa y acompasada, de manera que con una sola no sería capaz de alzar el vuelo por mucho que lo intentase. Igual es el hombre, cada persona humana que ha venido a la existencia, porque por naturaleza está hecho para encontrar la verdad última acerca de sí mismo y del sentido de su vida, lo cual es imposible si no sabe conjugar sus dos alas, la fe y la razón, que no entran en conflicto ni van en direcciones opuestas salvo que de modo artificialmente voluntario se las pretenda oponer, como sucede hoy en nuestro mundo moderno y posmoderno, especialmente en la Universidad, enfrentando la fe con la razón.
Está en juego la misma supervivencia de la verdad del hombre, porque ni la razón es contraria a la fe, ni la fe es de ninguna manera irracional o anti-racional.
Pues vista la idea central de este documento, iremos poco a poco desgranando su contenido para ver cómo se gestan y argumentan esas relaciones armoniosas entre la fe y la razón, que son las dos alas por las que todo hombre accede a la verdad sobre sí mismo y conforman el abc de la pastoral universitaria de la Iglesia.
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