La Sabiduría nos permite ver todo esto, descubrir la acción de Dios en la historia de los hombres, y también en las criaturas de la naturaleza. Pero esta Sabiduría tú no la tienes porque sí. No naciste con ella, no te viene de serie.
Pero tampoco la puedes comprar, no recuerdo nunca haber visto por la calle un puesto vendiendo Sabiduría.
Entonces, ¿cómo la consigo?
Pues la pides. Sólo Dios te la puede dar. Así que pídesela.
El texto más importante del libro es una oración que ocupa todo el capítulo 9. Y de ahí en adelante, hasta el final del libro, se puede decir que todo es una oración en la que el autor habla con Dios recordando y agradeciendo.
La oración es el único camino para conseguirla. Pero Dios no te la va a dar si tú no la quieres. No basta con que se la pidas con tus palabras, si de verdad no la deseas.
Y ¿cómo se desea la Sabiduría? Si pudiéramos hablar así, ¿cuánto hay que desearla para que Dios me la pueda dar?
Pues hay que desearla del todo. Con toda tu persona. Como un muchacho que se enamora de una muchacha y descubre que quiere pasar toda su vida con ella: “la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura” (Sb 8,2).
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