«Queriendo hacer el bien, hago el mal que no quiero». Hoy pedimos al Señor que no nos deje caer en la tentación, profundizando en el significado de ella.
Las peticiones del Padrenuestro han ido creciendo en intensidad hasta desembocar en un grito de angustia: ¡No nos dejes caer en la tentación! Esta petición al Padre presupone una amarga experiencia -desconocida por los fariseos de los que hablábamos en la petición anterior- de que la persona humana es débil, está siempre amenazada por la posibilidad de traicionar sus compromisos más sagrados, acabar siendo infiel a Dios y perderse.
Lo sabía san Pablo: “La carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne. Se trata de cosas contrarias entre sí que os impedirán hacer lo que sería vuestro deseo” (Ga 5,17; cf. Rm 7,14-25).
La petición que estamos comentando es un grito angustiado de nuestra flaqueza, un grito de socorro de quien se sabe débil y pide no serlo hoy, en las horas peligrosas que traerá este pobre día de hoy, para volver a pedir lo mismo mañana. Esta petición nos pone en guardia contra la presunción, porque la presunción se paga cara.
Recordemos a Pedro cuando se sentía seguro: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré». ¡Pobre Pedro! Jesús tuvo que decirle: “Te aseguro que esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces” (Mt 26,33-34). Es una experiencia común hasta qué punto nuestra fortaleza está sometida a grandes oscilaciones.
¿Qué es la tentación? La palabra tentación la solemos entender en dos sentidos
EN UN SENTIDO BUENO, es una prueba, una situación que permite manifestar la virtud; si la cosa es buena, sale adelante, y si es mala, se desbarata. En ese sentido la tentación no es ni buena ni mala: es lo que permite que una cosa sea declarada buena o que sea declarada mala; Como un examen que le hacen a la persona expresa si la persona sabe o si no sabe; es un test al que la someten, y el test da si aprobó o si no aprobó, si es positivo o si es negativo.
Se comparan las pruebas que el hombre tiene que sufrir como si hubiera un crisol, es decir, un vaso de acero o de metal muy resistente al calor y se pone al fuego, y los metales que están dentro del crisol se van fundiendo: Eso permite que la plata fina se separe de la escoria, de las mezclas. Cuando se compara a la tentación con una fundición, con un crisol, con el fuego, con la plata, quiere decir que el fuego de la tentación hace ver lo que hay de bueno en nosotros y lo que hay de malo.
Recordemos algunos textos. “El Señor, su Dios, los prueba para que se haga patente si lo aman o no con todo su corazón y con toda su alma” (Dt 13,3).
“Al modo que en el fuego se prueban el oro y la plata, así los hombres aceptos se prueban en la fragua de la tribulación” (Si 2,5). “Quien no ha sido tentado, ¿qué puede saber?” (Sir 9,34). La tentación es una experiencia importante. Nos ayuda a ser más reflexivos, más cautelosos, a dejar de ser engañadizos. “Porque eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probase” (Tob 12,3). De manera que la gente buena, la gente justa es probada por Dios.
Leemos en la primera carta a los Corintios: “No habéis tenido sino tentaciones humanas; pero fiel es Dios, quien no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que con la tentación os dará la salida para que puedan resistirla” (1 Cor 10, 13).
En un sentido negativo, la tentación es la situación que nos lleva al mal; es una cáscara de plátano que nos hace caer. En ese sentido la tentación lleva inmediatamente al pecado. “No nos dejes caer en la tentación” es un grito de angustia ante la posibilidad de caer, es el temor que experimentamos ante esa posibilidad tremenda de fallar. Le pedimos al Padre del cielo que nos apoye, y le decimos que confiamos en su bondad y en su amor y que saldremos adelante si él nos tiende la mano.
En ese sentido, la tentación no viene de Dios. Si la tentación no es sino para inducir al pecado y para hacernos caer en una pendiente resbaladiza donde estamos parados, ¡no viene de Dios! En la carta de Santiago leemos: “Nadie, cuando es tentado, diga: ‘Por Dios soy tentado’ porque Dios no es tentador de cosa mala” (Stg 1, 13). Dios no tienta para el mal. Dios tienta para probarnos. Si tenemos una enfermedad, para probarnos. Pero si es una mala imagen para que cometamos un pensamiento impuro, si es un dinero para que lo robemos, eso no viene de Dios. Por eso Jesús dijo: “Vigilad y orad para no caer en tentación (Lc 22,40).
Nótese que lo que pedimos a Dios no es carecer de tentaciones, sino vencerlas. Nadie se libra de las tentaciones. El Nuevo Testamento afirma explícitamente que el mismo Jesús fue tentado (cf. Mc 1,13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13); fue “probado en todo igual que nosotros” (Hb 4,15). No debe extrañarnos: Fue verdadero hombre. Y es que las tentaciones, aunque sean incómodas, son útiles. La ausencia de tentaciones le llevaría a uno a creer que está ya confirmado en gracia, le llevaría, en definitiva, a la soberbia espiritual, propia de los fariseos.
Por eso, Santiago llega a decir: “Considerad como un gran gozo, hermanos míos, el estar rodeados de pruebas de todo género” (Stg 1,2).
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