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Foto del escritorCésar Nebot

Lo supermanes posmodernos

¿Quién, de niño, no se sintió especial viendo las películas de Superman? Los relatos de gran pantalla impresionaban y, en cierto modo, empoderaban pero nunca perdíamos el sentido de lo real; de eso que, señala Savater, nos ofrece resistencia y no se doblega a nuestros deseos ni subjetividades.  Salvo escasísimas y trágicas excepciones, nadie saltaba de una azotea con una capa exigiendo volar. Los evolucionistas dirían que, hace siglos, los genes de quienes exigieran que lo real se plegara a su subjetividad se debieron perder en las fauces de algún depredador.


Tuvimos la suerte de vivir en una sociedad que, sin opulencias, daba cuenta cotidiana de lo real y, por lo tanto, de la Verdad como ajuste o concordancia de lo que se piensa con la realidad. Conocedores de nuestra caverna de Platón y sus sombras, comprendíamos una Verdad externa. En nuestra arqueología del pensamiento, la máxima cristiana “La Verdad os hará libres” consolidaba el sustrato para edificar ideas, cultura y sociedad.


Pero la corriente posmoderna, como fuga radiactiva, ha ido permeando progresivamente los cimientos de nuestra cultura actual. Así, novelas como El Mago de Fowles o Ulises de Joyce suprimen la realidad y nos hacen naufragar en relatos sin Ítacas donde retornar. Sin realidad, no hay Verdad, solo relato. En el 2005, un mesiánico ZP enunciaría la subversión: “La libertad os hará verdaderos”. Más allá de un juego de palabras, esta oración encierra una trampa distópica. Sin Verdad preexistente, ¿puede la libertad ser verdadera? ¿La conciencia individual de libertad podrá escapar al relato del poder hegemónico que dictará qué es verdadero? Bienvenidos a Matrix; repasen el diálogo entre Cifra y el agente Smith. Si Matrix te permite pensar que puedes volar, ponte una capa y salta. Así opera la conciencia subjetivista posmoderna, ajena a lo real. Si la realidad se opone a lo subjetivo, es opresora. Si me autopercibo Superman no sólo será verdadero, sino que, además, los poderes públicos deberán proteger mi derecho a serlo. Lo demás será opresión.


En el Señor de los Anillos, Gollum representa cómo el olvido de lo real y la Verdad desintegra la persona, Smeagol. La libertad que supuestamente confiere el anillo de poder aniquila su identidad.  Aunque Gollum se crea auténtico, no es cierto. Su genuinidad como individuo se pierde como sujeto sometido al Anillo, su tesoro. Sólo ante la Verdad, por amistad con Frodo, recupera parte de su Libertad. Tolkien advierte que la Verdad libera y no al revés.


Si la libertad de la conciencia subjetiva de autodeterminación fuera suficiente para construir lo veraz, nada resulta falso. Por ejemplo, si un colectivo deseara ejercer una supuesta libertad de autodeterminación por considerarse raza superior o etnia diferente para constituir una facción política para su provecho, aun sin fundamento histórico, ¿quién podría juzgar al separatismo o al nacionalismo como delirante? Podrán revestirse de república independiente, nación de naciones o, en términos de raza, Reich y se legitimarían, aunque atropellasen los derechos y la vida de los demás; tiranía y soberbia institucionalizada. Pero esa libertad los hace tan verdaderos como Gollum. Dará igual todas las opresiones e invenciones que alimenten el relato. Los puigdemones, rufianes o adolfitos seguirán acariciando su tesoro mientras quienes paguen sean los otros.


Si la libertad nos hace verdaderos, sería suficiente la autopercepción para construir verdades interesadas sin contraste objetivo alguno. La conciencia subjetiva bastaría. Como mostró Jane Elliot en su experimento con los niños de su aula, los movimientos identitarios actuales rastrean diferencias para articular posibles percepciones de opresión e institucionalizar la ira contra alguien, obteniendo réditos y ejecutando piras sin redención de inquisición protestante.  Siempre podrá construirse una percepción subjetiva de opresión ante un etéreo ente opresor. La libertad la hará verdadera y tomará cuerpo si los ideólogos dominantes la bendicen.


Y así, si alguien se percibiera Superman para saltar desde una azotea, nadie podría juzgar su veracidad a riesgo de ser cancelado por opresor. Los Monty Python bien lo saben. Solo la realidad indeformable del suelo parará al incauto, donde ningún ideólogo aguardará para atenderle. Ante tanta estupidez, se necesitará de verdaderos y buenos samaritanos en un permanente hospital de campaña para curar a tanto supermán posmoderno estampado contra el suelo. Al tiempo.

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