Sentir la Iglesia para sentir con la Iglesia
A lo largo de todo el tiempo de Pascua vamos leyendo cada día y cada domingo este libro que nos presenta el nacimiento de la Iglesia y su primer anuncio a todas las gentes. Encontramos a los apóstoles con María, las santas mujeres, y el resto de los discípulos, juntos en el cenáculo en oración perseverante.
Le tengo un cariño especial a estos textos de los Hechos de los Apóstoles, pues durante la pandemia me ayudaron a vivir como párroco en medio de mi gente sin podernos reunir. Llegué a mi actual parroquia en una situación muy difícil: urbanizaciones y dispersión, algunos habían huido de la parroquia y yo apenas llevaba poco tiempo y con poco tiempo para la parroquia y muchas clases. Pues hay un antes y un después, gracias a estos textos que durante aquella Pascua confinada fui comentando por WhatsApp con algunos feligreses.
¿Galilea o Jerusalén?
En el primer y segundo evangelio, Marcos y Mateo, el resucitado dice a las mujeres que digan a los discípulos que le verán en Galilea. En cambio el tercer evangelio de Lucas y el libro de los Hechos lo centra todo en Jerusalén. No se trata de una contradicción sino de dos lugares muy vinculados a Jesús y sus discípulos. Galilea es el lugar del que proceden, el lugar de la llamada de Jesús a seguirle y el lugar de la primera predicación centrada en las parábolas del Reino, en las Bienaventuranzas, y en la enseñanza a los discípulos. Es el lugar también de los primeros milagros, en los que Jesús se manifestó como el Mesías de Dios anunciado por los profetas.
Jerusalén es el lugar del templo y de las autoridades religiosas del judaísmo, y en donde se encuentran muchos peregrinos durante las grandes fiestas judías, especialmente la Pascua. La distancia entre Jerusalén y Galilea es de dos días de camino, y Jesús tenía donde llegar y reposarse como en Betania, a unos cuatro kilómetros travesando el monte los olivos, lugar de refugio nocturno. En Jerusalén Jesús tenía también buenas amistades como Nicodemo y José de Arimatea, y otros a quien pedir una sala para celebrar la cena pascual, y lugar al que volverían los discípulos y las mujeres, miedosos en un primer momento por lo que había ocurrido pero expectantes, bien lo sabía Jesús, y por eso mandó preparar. Él no dejó de pensar en sus discípulos en toda la pasión, y proveyó todo.
Y volver a Galilea como mandato del resucitado era volver a encontrarse con ellos mismos, con su trabajo de pescadores para ahora saber de verdad que son pescadores de hombres en la red del Reino de Dios. Esto es lo que va a incluir el evangelio de San Juan en su epílogo final, concluyendo con la misión de Pedro. Había que volver a Galilea, a lo que eran, al comienzo de su vocación, y allí encontrarse ahora con la esencia de su vocación, pero sin alejarse de Jerusalén (Hech 1,4).
Sabemos que la misión en Galilea permaneció desde el primer momento con comunidades evangelizadoras, y en donde pudieron permanecer testimoniando y liderando algunas mujeres como María Magdalena. Y Jerusalén acabó siendo el lugar de la primera comunidad apostólica, de Pentecostés, y de las primeras decisiones como las del concilio de Jerusalén (Hech 15). «Comenzando por Jerusalén» (Lc 24,47).
Os propongo leer cuatro textos de seguido en los tres primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles. Nos hablan de la comunidad reunida, de Pentecostés y del primer anuncio. Aquí encontramos la esencia de eso que se está hablando tanto últimamente: la sinodalidad como expresión de la unidad, y el primer anuncio como actitud básica de todo apostolado. En el primero de esto textos encontraremos a María, en los siguientes no. Pero no podemos olvidar que este primer texto es el fundamento de todo lo que viene después: una comunidad unida y perseverando en una oración unánime, es decir, con un mismo sentir. La Virgen María no es un primer anuncio, pero nos enseña cómo hacerlo.
2. Reunidos en el cenáculo con María y las mujeres
Hech 1,12-14
12Entonces se volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. 13Cuando llegaron, subieron a la sala superior, donde se alojaban: Pedro y Juan y Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas el de Santiago. 14Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.
Omozumadón, esta es la palabra en griego que traducimos como unánime, y significa un mismo sentir. No significa un mismo pensar, ni una misma experiencia, no es uniformidad. Es un mismo sentir espiritual en una oración perseverante y fiel. Es sentir la Iglesia para sentir con la Iglesia.
Con María, esta comunidad es perseverante en la oración, pues la resurrección y el testimonio que daban de ella fue un sentir el amor de Dios, su misericordia infinita que abarca todo y a todos. Este sentir les unía en oración. Ella no une en oración y nos hace sentir la misericordia divina manifestada en el Hijo, nuestro hermano mayor.
3. Impulsados a la misión por el Espíritu Santo
2,1-14
1Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. 2De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. 3Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. 4Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. 5Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. 6Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. 7Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo: «¿No son galileos todos esos que están hablando? 8Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? 9Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, 10de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, 11tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua». 12Estaban todos estupefactos y desconcertados, diciéndose unos a otros: «¿Qué será esto?». 13Otros, en cambio, decían en son de burla: «Están borrachos». 14Entonces Pedro, poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró ante ellos: «Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras.
Una comunidad apostólica, perseverante en la oración con María es impulsada a la misión por el Espíritu Santo. Ya tenemos los fundamentos de la Iglesia católica y apostólica: oración y misión. Con María y el Espíritu Santo somos oración y misión.
Un detalle: «como llamaradas que se dividían», el Espíritu Santo se manifiesta como fuego de amor y viento que impulsa a la misión. Es un fuego que se divide para posarse sobre cada uno, pues el Espíritu Santo une pero no uniforma. La unidad en la diversidad es esencia de la catolicidad.
Y quien lidera esta misión es Pedro, «con toda solemnidad». Qué gran paciencia la de San Pedro cuando ya es el primer papa, en aquella primera predicación en Jerusalén y en los otros lugares hasta Roma. Ya no es el impetuoso Pedro, ahora se nos muestra como el hombre lleno de misericordia desde la Cruz y la resurrección. Soportándolo todo por amor a Cristo después de haberse tragado sus lágrimas en aquella noche de desesperación.
4. La esencia del primer anuncio
Hech 2,37-42
37Al oír esto, se les traspasó el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos 38Pedro les contestó: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, y para los que están lejos, para cuantos llamare a sí el Señor Dios nuestro». 40Con estas y otras muchas razones dio testimonio y los exhortaba diciendo: «Salvaos de esta generación perversa». 41Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día fueron agregadas unas tres mil personas. 42Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones.
Hech3,1-6
Pedro y Juan subían al templo, a la oración de la hora de nona, 2cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. 3Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. 4Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo: «Míranos». 5Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. 6Pero Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Palabras que «traspasan el corazón», y palabras dichas por hombres como cualquier otro, en ese «Míranos» de Pedro, está diciendo: “soy como tú”, humano y necesitado como tú. Pero palabras llenas de confianza en el «nombre de Jesús» en todo igual a nosotros menos en el pecado. Humanidad, ante todo humanidad, como esencia de nuestra fe.
Nuestro primer anuncio no es en primer lugar una estrategia de comunicación, es un encuentro con el dolor que genera desconfianza, abatimiento, depresión. Nosotros conocemos estas situaciones y las tenemos cercanas, nos son más que familiares.
Jóvenes sumidos en el escaparate perpetuo de las redes sociales, engañados por la dictadura de la apariencia, y expuestos al individualismo depredador, y que en no pocos casos deja su salud mental bien tocada. Parejas y matrimonios que aun siendo bautizados no han descubierto la belleza del matrimonio cristiano, y no saben encontrar el camino del perdón, no comprenden que sin perdón el amor es un sentimiento pasajero. Ancianos en soledad después de muchos años de trabajo y entrega. Gente atrapada por la esclavitud de la droga, la prostitución, y algunos malviviendo y muriendo en la calle. Y también, y es lo más, gente que siente que la vida les resulta insoportable, no tanto por las circunstancias, sino por la falta de sentido.
El primer anuncio es más un saber estar que un saber decir, pero es un saber estar estando dispuestos para el servicio. Es una actitud en donde se juntan la acción y la palabra, el hacer y el decir, junto con el motor de esto que es la oración constante y fiel, pues la verdadera actitud misericordiosa nace y se mantiene con la oración.
Os recomiendo en este sentido una lectura pausada y meditada de los capítulos 2 y 3 de la Carta a Santiago, en donde nos encontramos con el hablar y el hacer en relación con la fe. Y Santiago desciendo a lo concreto en el decir y en el hacer, pues el decir se puede convertir en una apariencia, y el hacer puede derivar en la acepción de personas o favoritismo. De esta manera no salimos de nuestro círculo de intereses, que es precisamente la actitud contraria al primer anuncio, o lo que dice Santiago: «una fe sin obras». Y la fe sin obras acaba ideologizándose.
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