Domingo XV del Tiempo Ordinario – Ciclo A
Habituados a las modernas concentraciones parcelarias la parábola del evangelio de hoy parece haber perdido actualidad. Vemos ahora superficies inmensas sin senderos hechos por transeúntes, sin ribazos llenos de zarzas y matorrales, sin zonas pedregosas que hieran la maquinaria sembradora. Pero todavía anda por ahí el agricultor menos sofisticado que esparce a boleo la semilla: cae en el sendero y se la llevan los gorriones; cae en zona pedregosa o en el ribazo y no acaba de prosperar; o bien cae en tierra buena y produce la espiga con treinta, sesenta o cien granos.
Y aquí la pregunta que a tantos desconcierta: ¿Cómo compaginar el poder y el amor de Dios con el mundo de mal con el que cada día tropezamos? O dicho de otro modo: ¿cómo casar la energía de una Palabra eficaz como la lluvia y la nieve -que no se evaporan sin dar fruto (cf. Is 55,10s)- con una siembra tantas veces estéril? La respuesta está en la condición de libertad del hombre. No son los hombres ladrillos que puedan ordenarse desde un proyecto diseñado; los hombres son tierra en la que Dios siembra una fuerza de salvación. No siempre la tierra está bien dispuesta y mullida para recibir la semilla; no siempre el corazón del hombre está preparado y dispuesto para acoger la Palabra de Dios. Ésta no es como la habitual palabra humana que pretende manipular, dirigir o uniformar respuestas. La Palabra es “semilla que lleva en su interior un germen de vida”. Su destino no es oprimir u obligar, sino generar Vida nueva y eterna en quien libremente la recibe. Entra por el oído -“la Fe viene por la predicación”, dirá San Pablo- y busca el corazón como lugar donde germinar.
Sucede que hay quienes no la entienden, y preguntan: ¿Cómo es posible amar al enemigo?, ¿cómo se puede decir “vende lo que tienes y dalo a los pobres”? ¿cómo que “matrimonio para toda la vida”, o eso de “ofrecer la otra mejilla”? ¡Absurdo! ¡Locos! ¡Dios no puede pedir imposibles, son cosas que habrá que adecuar a la realidad cultural o sociológica sin fundamentalismos! Al no comprenderla rebota en el corazón.
Otros acogen la Palabra con alegría: “¡Eso es lo que necesitaba!”. Creen que Dios exige heroísmos, y entonces se comprometen con voluntarismo juvenil, ignorantes de la propia limitación. Dios los quería ‘tierra’ en la que su Palabra cayera como lluvia que empapa y semilla que germina, y ellos, en cambio, se sienten ‘voluntad fuerte’, capaces. Pero la vida pasa factura, llegan contratiempos y dificultades, o la Palabra entra en contradicción con sus afanes humanos de afecto, de poder o dinero… y lo que provocó entusiasmo se seca, produciendo ahora frustración y esterilidad.
Otros son como la Virgen María: gustan de una Palabra que les trasciende. Se saben incapaces de cumbres tan altas, pero se sienten elegidos, y acogen la Palabra como promesa de un Dios que no anda lejos, y dan una respuesta agradecida y libre: “Hágase en mí, según tu Palabra”. ¡Y son felices!
Y tú, amigo/a, ¿dónde estás?; o mejor… ¿dónde quieres estar a partir de hoy?
Muy gráfico Luis Emilio, mil gracias. Un abrazo