Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario – Ciclo A
En el libro del Génesis hay una pregunta inquietante que hace Dios a Caín. Éste ha perpetrado ya el asesinato de su hermano Abel y, ante la demanda de Dios -“¿Dónde está tu hermano?-, “escurre el bulto” -“¿Acaso soy el guardián de mi hermano?”-. No se trata de algo lejano a nosotros o anecdótico. Tiene mucho que ver conmigo, contigo, con nuestra actitud diaria. ¿Cuántas veces yo respondo de modo similar cuando, con palabras o con hechos, digo aquello de que “no es mi problema”, “cada uno a su bola”, “cada uno en su casa y Dios en la de todos”, y otras expresiones semejantes?
La semana próxima es el último domingo del año litúrgico, festividad de Cristo Rey del Universo, y proclamaremos el evangelio de San Mateo sobre el Juicio Final. En él veremos con claridad cómo nuestro destino se ha ido forjando día a día en función de nuestra actitud hacia los hermanos, en especial hacia los más necesitados, con los cuales el mismo Cristo se identifica: “conmigo lo hicisteis… conmigo no lo hicisteis”. El texto que hoy se proclama son los versículos inmediatos: narra la parábola de aquel hombre que deja sus bienes en manos de sus empleados, repartiendo a cada uno unos “talentos” de plata; cinco, dos y uno, respectivamente. Dos de ellos negociarán con lo recibido; curioso -cuando menos- que lo producido sea exactamente lo recibido. Nos indica que el que pone a trabajar sus talentos es beneficiado él mismo, pues lo mismo que devuelve lo ha producido para sí. Quien fue holgazán, quien tuvo miedo a perderlo, se quedará sin nada cuando devuelva lo recibido. Hay un dicho anónimo que reza así: “En la vida hay algo peor que el fracaso: es el no haber intentado nada”.
Se me ocurre hacer una paráfrasis de la parábola y reescribirla así: “Se marchó Jesús tras treinta y tres años entre nosotros y nos dejó encargados de sus bienes, que eran los de su Padre-Dios: el Espíritu, el Amor, el Bien, la Entrega, el Perdón… Poco o mucho, uno o diez, todos los hemos recibido. Todo cristiano ha recibido al menos el Bautismo, que lo llama a ser -en medio del mundo- Evangelio vivo para los pobres, Buena Noticia para el que sufre, Luz para quien camina en tiniebla, Sal para un mundo insípido. Nos dejó sus bienes para que los negociáramos, para que amando sintiéramos el amor, para que haciendo felices a los demás nos viéramos realizados en nuestro ser más profundo, para que en el perdón encontráramos la verdadera alegría…”.
¿Qué hemos hecho de estos talentos? ¿Qué estoy haciendo de los dones que Dios me ha concedido? Mi tristeza, mi desánimo, mi falta de fe… ¿no vendrá, quizás, de que no he puesto a trabajar, sino que he enterrado, esos regalos, esos dones de Dios? ¿Con qué cara me podré presentar ante Jesucristo para devolverle su talento sin haber amado o haberlo compartido con mi hermano necesitado? ¿O le diré -como Caín- que no soy el guardián de mi hermano?
Este domingo, además, estamos invitados por el Papa Francisco a celebrar la VII Jornada Mundial por los pobres. “No apartes tu rostro del pobre”, es la invitación que nos hace la jornada de este año. Un llamamiento fuerte a nuestras conciencias para vivir ‘efectivamente’ el amor, poniendo a trabajar nuestros talentos en beneficio y ayuda de los más desfavorecidos ¡Ese es el núcleo del Evangelio!
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