No es solo cosa de las matemáticas: Restar y dividir nos pueden llevar a “los números rojos”, a estar por debajo de lo posible, a quitar, a rebajar. Añadir, multiplicar, agregar, por el contrario, aumenta, hace crecer, integra, estimula, nos aleja del signo negativo. También es asunto evangélico: De este segundo tipo de signos nos hablan las Bodas de Caná, la multiplicación de los panes y los peces, la pesca milagrosa y tantas palabras y gestos de Jesús que, en la misma dinámica del Dios creador, de la nada provoca vida, de lo poco hace mucho, de la debilidad saca fortaleza y, de su oración, la insistente petición de que “todos seamos uno”.
Lo nuestro es multiplicar porque el amor, y la fraternidad, ni resta ni divide. Lo nuestro es coser y añadir porque la comunión es todo lo contrario a disgregar y romper. Lo nuestro, lo cristiano, no es buscar una especie de raza “Aria” marcada por el signo de la uniformidad y la diferencia, de la separación o la disgregación. No, el Evangelio nos estimula a tenernos en cuenta y a mirar a los demás sabiendo que hay bondad fundamental en cada uno ellos, para buscar juntos lo que construye, aunque no me identifique al cien por cien: “Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos. Pero Jesús le respondió: No se lo prohibáis, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor” (Mc 9, 38-43).
A veces resulta increíble encontrarse con personas, grupos e instituciones que, en tiempos donde nuestra Iglesia pretende que resuene la fuerza del Concilio Vaticano II, que ya lleva una trayectoria de más de 60 años; en tiempos donde hay una clara pretensión de avance ecuménico; en momentos tan delicados de crisis donde se quiere favorecer el diálogo y se nos estimula a sentarnos juntos, desde muy diversas opciones de vida, en “el atrio de los gentiles” para buscar juntos, para encontrar juntos, para sembrar juntos,… algunos se empeñen en tocar la campana de la intransigencia, de las decisiones sin contrastar, del desatino que supone el favoritismo, el amiguismo y la mediocridad, de la frialdad ante personas y circunstancias que rompen, descosen, quiebran y restan.
Y esto es triste en el contexto de una sociedad que vive la esquizofrenia entre la llamada y la proclama a la unidad y a la fraternidad, a la vez que asiste a la imposición de determinadas tendencias hacia la separación, la superioridad ante los otros y la asimetría que genera desigualdad.
Yo quiero sumarme a todos los que, desde mi querida Iglesia y fuera de ella, se arriesgan a ser eco, con sus vidas, con sus gestos, con sus palabras, con sus compromisos y opciones, de aquellas mismas palabras de Jesús: “He venido a traer vida y vida en abundancia” (Jn 10,1-10). Y, para ello, nos convoca en torno a una mesa en condición de “iguales”, de “hermanos”.
Lo nuestro es avanzar, hacer crecer y multiplicar. Por eso los espacios que restan y ahogan las posibilidades de vida y de Espíritu no tendrán más remedio que pasar por este complicado examen evangélico. Todos y cada uno de los que nos decimos y sentimos “familia de Dios” tenemos la obligación de reconocer y discernir todo aquello que lleva a la comunión o la intercepta, todo aquello que une o separa. Saber detectar “lo simbólico” de lo “diabólico”. Lo dice San Pablo con palabras muy claras y elocuentes: “Hermanos: todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta”.
¿Sumo y multiplico? o ¿Divido y resto? ¿Rompo o coso? Los que pasan por mi lado o por mi círculo: ¿Salen beneficiados o perjudicados? ¿Voy añadiendo nombres a mi corazón o tengo que ir borrando algunos de mi lista? ¿Favorezco la fraternidad, la comunión, la solidaridad, el encuentro entre iguales o riego la superioridad de unos sobre otros, el “yo”, “lo mío”, por encima del “nosotros”, de lo comunitario? Como persona, como joven, como estudiante o profesor, como matrimonio, como familia, como empresa, como asociación, como comunidad… ¿Multiplicamos o dividimos?
Uno de tus mejores artículos. La suma desde la Fraternidad, multiplica las posibilidades de discernimiento, misión y evangelización.
Las personas que suman sus esfuerzos (de voluntariado, de colaboración económica o de conocimiento, de apoyo de diverso tipo, etc) que va sumando sus pequeños o grandes esfuerzos junto con “otros”, consiguen el milagro de la «multiplicación de los panes y de los peces». Y sobre todo compartidos en fraterna comunidad.
Sueño con una iglesia libre de prejuicios en la cual seamos capaces de reproducir la actitud de Jesús.....en la cual seamos comunidad, para todo aquel que quiera vivir su fé se le brinde la oportunidad de encontrarse en una iglesia donde el espíritu evangélico sea sumar y nunca restar.