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Foto del escritorLuis Emilio Pascual Molina

No es de los nuestros

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario – Ciclo B


¡Qué distinto es el obrar y el pensar de Dios! Sorprende la generosidad de Dios, que derrama su Espíritu superando nuestras fronteras justicieras, ideológicas, religiosas, nuestros nominalismos sectarios. Frente a nuestros particularismos y exclusivismos, hoy encontramos cómo Moisés exclama: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!” (Núm 11, 29). Y en el Evangelio Jesús afirma: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9, 40).


No hace falta ir declarando pertenencias. Dios conoce el corazón y sabe que hay muchas “otras ovejas” a las que tiene que atraer hacia sí. Algunas, sin saberlo, se conducen con el criterio de la misericordia y la compasión, distintivo de los que son de Cristo (no se cansa de repetírnoslo hoy día el Papa Francisco). La Biblia ofrece muchos ejemplos en que intervienen personajes que, sin ser del pueblo elegido, se convierten en mediaciones providenciales: sucedió con los reyes de Persia en tiempos del exilio -Ciro, Darío y Artajerjes- que apoyaron la reconstrucción del Templo de Jerusalén; y Jesús puso como ejemplo la fe del centurión o de la cananea, la actitud del leproso extranjero, la caridad del buen samaritano, la confianza de la viuda de Sarepta… En todos los casos se superan las fronteras de Israel.


La Historia de Salvación no sólo es posible a través de aquellas personas que son creyentes de manera explícita; también avanza por quienes, más o menos cercanos a la fe y a las instituciones, colaboran de buena voluntad. Cada uno de nosotros, creyentes, podemos ser portadores de bendición para quien nos observa o se nos acerca. Cristo nos convierte en “sacramentos”: “El que os dé a beber un vaso de agua porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa” (Mc 9, 41).


Con frecuencia queremos que Dios esté con nosotros, “sólo con nosotros”, pero Dios no se deja dominar. Es la tentación de “monopolizar a Dios”. ¡Cuánto daño ha causado y causa esta soberbia humana! ¡Qué necios! El salmista pone en nuestros labios una súplica necesaria: “Preserva a tu siervo de la arrogancia” (Sal 18, 14).


La iniciativa es de Dios, la Fe es don de Dios, el Amor es un regalo de Dios, del cual, graciosamente, nos hace partícipes para que, gratuitamente, lo difundamos. ¿Cómo pretendemos tener la “exclusiva”? La expresión “no es de los nuestros” es un veneno mortífero -del que no somos inmunes los cristianos- impidiendo así milagros en el nombre del Señor, por la “contundente” razón de que “no surgen de nuestro grupo”. El Espíritu actúa siempre más allá de nuestras fronteras. “No se pueden poner puertas al campo”, se escucha. ¿Cómo pretendemos poner fronteras al Espíritu, y mucho menos pretender poseerlo en monopolio? No importa el grupo o la sigla, sino el bien que se hace. El bien no tiene fronteras y quien pone límites al bien se convierte en escándalo. “Quien no está contra nosotros, está a favor nuestro”.


¡Somos más de los que pensamos! ¡Y qué dicha!... ¡Y ojalá fueran muchos más!

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