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Foto del escritorJuan Manuel Martín Moreno

Perdona nuestras ofensas

La oración del publicano fue acogida por Dios, no así la del fariseo… ¿Cómo nos perdona Dios?


 

No llames a juicio a tu siervo pues no hay quien sea justo en tu presencia (Sal 43,2).

El Padrenuestro, como el modelo de oración del cristiano, nos muestra que siempre que nos dirigimos a Dios debemos hacerlo desde nuestra conciencia de ser pecadores, y no desde la dignidad de nuestra propia justicia y de nuestros propios méritos.


En la parábola del fariseo y el publicano, fue rechazada la plegaria del fariseo que se apoyaba en su propia justicia y en sus buenas obras – «Te doy gracias porque no soy como los demás hombres» (Lc. 18,11) – y fue escuchada la oración del publicano «Ten compasión de mí que soy pecador» (Lc. 18,13).


En la escena del banquete en casa del Simón el fariseo, vemos la diferente actitud de Simón que no tuvo detalle ninguno para con Jesús y el contraste con los gestos de amor de la prostituta. Jesús enuncia al final su juicio: «A quien mucho se le perdona, mucho ama», es decir, a quien es consciente de que Dios tiene mucho que perdonarle. Nada nos llevará tanto a amar a Dios que la conciencia de lo mucho que nos tiene que perdonar.

Salmo 59: «Mi delito yo lo reconozco. Mi pecado está siempre ante mí. Contra ti, contra ti solo pequé. Cometí la maldad que aborreces… Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (Sal 51,5-7). El justo cae siete veces (Prov 24,16). Nuestra condición de pecadores es estructural, es por el mismo hecho de ser hombres.

Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos (Primera de Juan 1,8). Pero más todavía, «Si declaramos que no tenemos pecado, le hacemos mentiroso a Dios» (1,10). Dios dice que somos pecadores. Si nosotros decimos que no, uno de los dos está mintiendo: o nosotros o Dios.


El mundo intenta liberarse del remordimiento que produce el pecado, pero quedándose con el pecado mismo. Se niega el pecado con mecanismos de autoengaño, Quien no quiere enterarse de que tiene cáncer, no se entera. Todo el mundo justifica sus pecados favoritos. A lo sumo reconocen “que tienen faltas”, “como todo el mundo”, “pecados normales”, “poco importantes”. Pensemos en personas conocidas que dan muy poca importancia a sus pecados, aunque es evidente que causan gran sufrimiento a los demás. ¡Qué bien se ve en los otros! ¡Qué difícil verlo en uno mismo!

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