En el último mes, ante diversas situaciones públicas, los medios de comunicación han puesto de manifiesto la incapacidad de perdón que hay en nuestra sociedad. Hace un tiempo, el padre Antonio Guzmandi hizo una reflexión sobre el perdón y planteó la siguiente pregunta: ¿merece la pena perdonar? ¿Quién gana o quién pierde ante la falta de perdón?
Cuántas veces no nos hemos sentido heridos por los demás, rechazados, juzgados. Vernos humillados por alguien a quien amamos penetra de forma punzante en el corazón. Y qué difícil es aceptar al otro en esa condición, con su limitación y sus defectos, que, al final del día, no es tan diferente a nosotros.
Somos personas heridas que actuamos desde nuestras heridas. ¿Y si miramos a la Cruz? ¿Acaso merezco yo recibir Su perdón?
El perdón es una gracia que hemos recibido de Dios sin merecerlo, de manera gratuita y sin exigencias. ¿Quién soy yo entonces para no perdonar?
Qué bonito es reconocer nuestra fragilidad y ofrecérsela a Dios. Poner ese dolor que nos supera y que nos trasciende en manos de Alguien que ama, que restaura, que sana, que consuela, que acompaña. En Alguien capaz de transformar el sufrimiento en un bien, en Alguien capaz de guiarnos al rostro del que gana el cielo cuando perdona.
El resentimiento es veneno para el corazón. Perdonar libera y permite amar de verdad a los demás, pues está regalando ese Amor que lo salvó sin ninguna condición. Como decía Don Antonio: «tú decides si llevar razón, encerrarte en tu dolor, o disfrutar de la vida y seguir queriendo a los demás dejándolos quererte como ellos son».
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