Glosa dominical Domingo VI del Tiempo Ordinario
El Evangelio nos sitúa en el corazón del Sermón de la Montaña. Jesús utiliza en su enseñanza un género didáctico muy expresivo: la antítesis. Al “se dijo” contrapone él ahora, y con autoridad, el “yo os digo”. No como oposición sino como interiorización y perfeccionamiento de lo que ya estaba en la Ley. Nos confundimos si pensamos que ser cristiano es cumplir una serie de normas, estar en unas celebraciones, ser miembro o colaborador de no sé cuántas hermandades o asociaciones benéficas, y dedicar unos minutos al día a decirle a Dios -más bien quejarnos ante él- que la vida no nos da las satisfacciones que merecemos. Ser cristiano es mucho más que estar bautizado o decir oraciones. Se trata de vivir como “otro Cristo”, es decir, “tener los sentimientos, las actitudes de Cristo”. El criterio moral no es lo que hacen los otros -“habéis oído que se dijo…”- o lo que está o no penalizado por la ley vigente, sino lo que nos ha enseñado Jesucristo, ese “yo os digo…”, que nos invita a ir a la raíz de nuestras acciones.
Se comenta a menudo por la calle “yo no robo, ni mato, ni hago mal a nadie”; pues yo -Luis- os digo -parafraseando a Jesús- que “todo el que mira con codicia los bienes de este mundo ya es ladrón en su corazón, y quien insulta o desprecia o niega el habla al compañero de trabajo ya lo ha asesinado en el corazón, y quien se desentiende del drama del hombre, de sus crisis, sus vacíos, su hambre o su soledad, será juzgado como responsable”. En un mundo light y de “rebajas” continuas, está claro que esto no se entiende. Como decía hace meses una joven actriz católica: “Me dicen que Jesucristo no está de moda. ¡Como si Jesucristo fuese un jersey o un vestido!”.
Esta perícopa del evangelio da la impresión de un Jesús rigorista, que no vive en este mundo, que pide el más difícil todavía… Dan ganas de preguntarle (como hizo Pedro): “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”. Sin embargo, no hay nada moralizante ni de exigencia en esta enseñanza. Al contrario: es la perspectiva del amor de Dios, que ofrece al hombre la posibilidad de no quedarse en la superficialidad de sus acciones, sino conocer las intenciones de su corazón; es una revisión crítica de nuestras acciones hasta llegar a lo más profundo de las intenciones que mueven nuestra vida. Se trata de una nueva y superior “sabiduría”. Ya Pablo, habiéndola experimentado, escribía a los cristianos de Corinto: “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”.
El Evangelio es siempre un mensaje de ir más allá de lo que da la naturaleza humana, pero no por exigencia o esfuerzo personal -que es imposible- sino como don del mismo Dios, como Gracia. Este ir más allá de las simples fuerzas humanas con la ayuda de la Gracia es lo que conduce a la verdadera libertad. Este dar más de sí de lo que podríamos imaginar se realiza sólo por obra del Espíritu Santo.
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