Cómo será la Iglesia del futuro
Para acabar con estas reflexiones, y desde la esperanza puesta en las palabras de Cristo, “edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16, 18-19), no podemos dejar de plantearnos cómo será la Iglesia del futuro. Un tema que el mismo teólogo de Baviera se planteó allá por el año 1969 y cuyas reflexiones se convierten hoy en una acertada profecía en proceso de cumplimiento. En aquellos años era imposible pensar ni imaginarse el fenómeno global de los abusos sexuales tal y como lo conocemos a día de hoy; sin embargo, el análisis de Ratzinger desde una perspectiva escatológica y no meramente humana nos ayuda a seguir remando en esta hora histórica con la esperanza de una Iglesia mucho más interiorizada. Traemos aquí algunos de los párrafos más iluminadores:
“El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes sólo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible.
Tampoco vendrá de quienes eligen sólo el camino más cómodo, de quienes evitan la pasión de la fe y declaran falso y superado, tiranía y legalismo, todo lo que es exigente para el ser humano, lo que le causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia, también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado de nuevo con el sello de los santos. Y, por tanto, por seres humanos que perciben más que las frases que son precisamente modernas. Por quienes pueden ver más que los otros, porque su vida abarca espacios más amplios.
(…) Permanecerá la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho ser humano y que nos promete la vida más allá de la muerte.
(…) También en esta ocasión, de la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros.
(…) Pero en estos cambios que se pueden suponer, la Iglesia encontrará de nuevo y con toda la determinación lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin. La Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y experimentará nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de estructura litúrgica.
Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad envalentonada. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo.
(…) Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a tientas.
A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, ya exánime, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte” 1️⃣.
Desde la clarividencia de estas palabras de Ratzinger, el fenómeno de los abusos, a pesar de su trágica naturaleza, se presenta hoy también como una oportunidad, un verdadero καιρός (tiempo de gracia) para la vida de la Iglesia. Apoyados en las palabras de San Pablo “todo sirve para bien de los que aman a Dios” (Rm 8, 28), y sabiendo que de un mal Dios saca mucho bien, queremos acabar estas reflexiones bajo el convencimiento que tras esta fuerte sacudida en la vida de la Iglesia se avecina un tiempo de mucha conversión y gracia. Un tiempo para vivir lo esencial de ser cristiano en la relación con Cristo y su Iglesia. El papa Francisco terminó su discurso al final del encuentro Protección de Menores del 2019 señalando la importancia “de transformar este mal en oportunidad de purificación”; citando a Edith Stein decía que en la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos. En consecuencia, ahora más que nunca, ha llegado el momento de vivir “el compromiso por una conversión personal y colectiva” 2️⃣.
P. Pedro García Casas
Sacerdote, Doctor en Filosofía, Licenciado en Teología del Matrimonio y la Familia,
Licenciado in Safeguarding of Minors, Pontificia Universidad Gregoriana, Roma, 2020.
1️⃣ Joseph Ratzinger, Fe y futuro, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2007. 91ss.
2️⃣ Discurso del Santo Padre Francisco al final de la concelebración Eucarística - Encuentro "La protección de los menores en la Iglesia" - Vaticano, 21-24 de febrero de 2019
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