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Foto del escritorPedro García Casas

¿Por qué seguir aún en la Iglesia Católica tras la crisis de los abusos? Parte III

La naturaleza de la Iglesia simbolizada en una imagen.


Para adentrarnos hoy en la legitimidad y credibilidad de la Iglesia Católica, lo hacemos tomando de los Santos Padres el simbolismo de la luna (Iglesia) y su relación con el sol (Cristo). De entrada, lo que caracteriza a la luna es el no tener luz propia, toda la luz que brilla en ella la recibe del sol, sin el cual sería oscuridad completa. La luna resplandece, pero no con luz propia sino tomada de otro, del sol. En otras palabras, la luna es oscuridad y luz al mismo tiempo. Por sí misma es oscuridad, pero a su vez es luz en virtud de otro cuya luz refleja. De igual modo, la Iglesia es luminosa no en virtud de ella misma, “sino en virtud del verdadero sol, Jesucristo, de tal manera que, siendo tan sólo tierra (…), puede iluminar la noche de nuestra lejanía de Dios” 1️⃣.


Ahondando en este simbolismo, Joseph Ratzinger hace ver cómo los viajes lunares del siglo pasado posibilitan que desde la física podamos enriquecer el lenguaje simbólico y entender mejor aún esta relación luna-sol, Cristo-Iglesia. La ciencia habla de la luna sólo como una estepa rocosa, arenosa y desértica. Lo que lleva a considerar la luna en sí misma sólo como roca, arena y desierto. No obstante, aunque no por ella misma, sino en función de otro, es a la vez luz y así sigue permaneciendo incluso en nuestra época de vuelos espaciales. La luna en este sentido “es lo que no es en sí misma” 2️⃣. ¿No es esta una imagen exacta de la Iglesia? Quien explora y excava en ella ve por doquier: desierto, arena y piedras; las debilidades del hombre y su historia a través del polvo de sus pecados, miseria y mezquindad. No obstante, hay un hecho decisivo y es que esta misma Iglesia es también luz, no por ella misma sino en virtud de otro, del Señor. En consecuencia, “su naturaleza es precisamente la de no valer por sí misma, sino tan sólo por lo que en ella no es suyo, tiene una luz que no es suya, (y) sin embargo, constituye su esencia” 3️⃣.


Ahondando más en esta comprensión, el teólogo de Baviera señala que él mismo en alguna ocasión se sintió tentado de modificar la oración sobre las ofrendas eucarísticas: “que el Señor reciba de tus manos este sacrificio … para nuestro bien y el de toda ‘su’ santa Iglesia”, cambiándolo por “nuestra” santa Iglesia. En esta visión, aparentemente inocua, radican muchos equívocos, ya que la Iglesia no es nunca “nuestra" Iglesia. No es una Iglesia constituida de acuerdo con los gustos, ideología o sensibilidad de sus miembros. La Iglesia con mucha frecuencia se muestra como empresa nuestra de la que uno se puede enorgullecer o avergonzar. Se trata de una iglesia que se conserva o se transforma a merced de gustos, intereses o ideologías. Sin embargo, cuando sobresale “nuestra” iglesia desaparece “su” Iglesia, a la postre, la única que realmente interesa.


Por tanto, a la pregunta de ¿por qué permanecer en la Iglesia Católica hoy tras la abrumadora crisis de los abusos? respondemos sin vacilar afirmando que: “permanezco en la Iglesia porque hoy como ayer, e independientemente de nosotros, detrás de ‘nuestra Iglesia’ vive ‘su Iglesia’, y no puedo estar cerca de Él si no es permaneciendo en su Iglesia” 4️⃣. Es la Iglesia, -su Iglesia- la que, a pesar de los muchos pecados, abusos y escándalos de sus miembros, nos sigue dando a Jesucristo. Sólo por medio de ella podemos recibirlo como una realidad viva y poderosa. En palabras de Henri de Lubac: “sin la Iglesia, Cristo se evapora, se desmenuza, se anula. Y ¿qué sería la humanidad privada de Cristo?” 5️⃣. En este sentido, conviene afirmar, que por muy grande que haya sido la infidelidad o pecado de la Iglesia ésta sigue manifestando a Cristo vivo, que habla y permanece en medio de nosotros como Señor. La Iglesia da a la humanidad una luz, un apoyo y una norma sin los que no podríamos entender el mundo: “Quien desea la presencia de Cristo en la humanidad, no la puede encontrar contra la Iglesia, sino solamente en ella” 6️⃣.


En consecuencia, permanecemos aún hoy en la Iglesia católica porque no habría esperanza en un mundo sin Cristo, sin un Dios que habla y se manifiesta, un Dios que ama de modo incondicional, que nos muestra nuestra altísima vocación y nos da la gracia para vivirla. Aunque en su bimilenaria historia el cristianismo haya concretamente faltado, y siempre lo ha hecho de modo desconcertante, al mensaje contenido en él, “no ha dejado jamás de proclamar los criterios de justicia y de amor, frecuentemente contra la misma Iglesia y, no obstante, jamás sin el secreto poder que hay depositado en ella” 7️⃣.


En suma, permanecemos en la Iglesia católica porque creemos que la fe, realizable sólo en ella y nunca contra ella, es una verdadera necesidad para el hombre y para el mundo. Se puede crear humanamente un mundo sin Dios, pero un mundo sin Dios y sin verdad es un mundo que asfixia al mismo hombre condenándolo al sinsentido más absoluto.



P. Pedro García Casas

Sacerdote, Doctor en Filosofía, Licenciado en Teología del Matrimonio y la Familia,

Licenciado in Safeguarding of Minors, Pontificia Universidad Gregoriana, Roma, 2020.


 

1️⃣ Joseph Ratzinger, ¿Por qué permanezco en la Iglesia?, Sígueme, Salamanca, 2005. 81.

2️⃣ Ibid., 82.

3️⃣ Ibid., 83 (la cursiva es nuestra).

4️⃣ Ibid., 84.

5️⃣ H. de Lubac, Paradoja y misterio de la Iglesia, Salamanca, 23 s.

6️⃣ Joseph Ratzinger, ¿Por qué permanezco en la Iglesia?, o.c. 85.

7️⃣ Ibid., 87.

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