Glosa dominical
Domingo II de Adviento
Dios avisa, Dios envía muchos profetas, muchos signos, muchas voces. Y todas dicen lo mismo: “Preparad el camino”. ¡Prepárate para el encuentro con Cristo¡ ¡No continúes atrapado en tus rutinas, en tu mediocridad, en tu apatía! El Señor viene. Él viene… para ti. Cambia lo que tengas que cambiar para que el encuentro con Él sea una fiesta, para que la Buena Noticia que Él trae pueda llenarte de gozo y alegría.
Isaías, en la primera lectura de hoy, presenta una bellísima descripción de lo que está por suceder: «Habitará el lobo con el cordero, la pantera se echará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos… la vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente…». Es una narración que parece estar subvirtiendo el orden natural; pero, más allá de la literalidad de la expresión, cualquier lector avezado puede entender que se habla de “un mundo nuevo”, sin violencia, sin distinciones, sin mal… donde todos convivirán armónicamente, donde nadie pisoteará al otro, porque ese otro no es mi rival, sino mi hermano, mi compañero… y lo necesito. Es el anuncio mesiánico que hizo a Israel mantener la espera, y que a nosotros nos invita a la esperanza: “Dios es fiel y cumplirá sus promesas”.
Isaías y Juan, el Profeta y el Bautista, no pretenden presentarnos un marketing publicitario creando necesidades y expectativas; sólo hacen una cosa, poner al hombre frente a sí mismo, frente a su realidad, a su vida, y decirle: “Sinceramente ¿eres feliz?”. A su alrededor -y en sí mismo- el hombre descubre el odio, la rivalidad, la pretensión de ser más que el otro, la violencia, la destrucción, la envidia, el miedo… y también -si es capaz de abrir bien los ojos y los oídos- descubre la entrega, la donación, el amor, la paz del corazón, la mansedumbre. Y si, en su corazón siente la lucha interior que San Pablo nos narra en la carta a los Romanos -donde se sincera diciendo “no hago el bien que deseo, y el mal que detesto es lo que hago”-, entonces añora, busca, quiere modificar su rumbo. Esto es la conversión. ¡Por supuesto que es posible vivir de este segundo modo, vivir el Reino de Dios y hacerlo desear a los que nos contemplan! Es posible, porque Dios se ha encarnado y ha entrado en la historia humana.
“Sinceramente, ¿eres feliz?”. Dios viene… ha venido. ¡Es posible ser feliz! Conviértete a él, anhélalo, prepara su llegada rellenando baches, allanando senderos, enderezando caminos torcidos. Él te dará la fuerza y hará el resto.
Os invito a orar así: “Señor, límpiame los oídos y podré escuchar mejor a tus profetas, ábreme los ojos y podré ver las señales que muestran tu llegada, calma mi corazón para que todo mi ser se encuentre contigo”.
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