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Foto del escritorJosé Antonio García López

Primera comparación: el agua

(Sb 11,1-14)

 

Empezamos este recorrido por un camino nuevo. El autor usa todos sus conocimientos para enseñarnos, a eso ya estamos acostumbrados. Buen conocedor de la lengua y la literatura griega usa el género clásico de la comparación de dos cosas que tienen algo en común, para así poder destacar sus diferencias.


Buen judío usa el método del midrás para explicar la acción de Dios en la historia y poder aplicarla a la vida actual. Y como judío piadoso todo eso lo convierte en oración agradecida. Todo junto, y todo muy bien hecho.


Siete comparaciones por parejas nos vamos a encontrar a partir de ahora. Son la columna vertebral de esta última parte del libro. Ya en esta primera nos va a explicar cuál va a ser el método. Dios es el que ha creado todo. Él es el Señor de todas las criaturas. A Él le obedecen. A Él le sirven.


Una criatura va a ser el elemento que use el autor para marcar la contraposición.

Dos partes: los buenos y los malos. En esto, ya lo vimos, tiene que ser un poco simplista. Es necesario para que el mensaje quede claro. Y las dos partes están bien definidas: los israelitas y lo egipcios. Y en cada una de las comparaciones un elemento de la creación. Dios lo usa con unos y con otros. Y lo usa de modo distinto. El mismo. Para que se vea con claridad la diferencia enorme que hay entre los que tienen la Sabiduría y los que la han rechazado.


En la primera comparación te van a hablar sobre el agua. Léelo, es un texto medianamente complicado, con muchas alusiones a la historia.

 

Hizo prosperar sus empresas por medio de un santo profeta. 

2Atravesaron un desierto inhóspito

 y acamparon en parajes intransitables. 

3Hicieron frente a sus enemigos

 y rechazaron a sus adversarios. 

4Tuvieron sed y te invocaron:

 de una roca escarpada se les dio agua

 y de una piedra dura remedio para su sed. 

5Lo que sirvió de castigo para sus enemigos

 fue para ellos una ayuda en la necesidad. 

6En lugar de la corriente constante de un río,

 enturbiado por una mezcla de sangre y barro 

7—castigo por su decreto infanticida—,

 les diste agua abundante sin esperarlo, 

8mostrándoles por la sed que pasaron,

 cómo habías castigado a sus adversarios. 

9Pues cuando sufrían una prueba, aunque corregidos con amor,

 comprendían los tormentos de los impíos, juzgados con cólera. 

10Porque a unos los probaste como padre que corrige,

 pero a otros los castigaste como rey severo que condena. 

11Los ausentes y los presentes se consumían por igual, 

12pues los embargó una doble tristeza

 y gemían recordando el pasado; 

13cuando se enteraban de que sus propios castigos

 eran en beneficio de los otros, reconocían al Señor. 

14Al que antes abandonaron en el agua y rechazaron con burlas,

 al final de los sucesos lo admiraron,

 tras sufrir una sed bien distinta de la de los justos.

 

El primer principio que rige estas comparaciones lo acabas de leer, espero: Lo que sirvió de castigo para sus enemigos fue para ellos una ayuda en la necesidad (Sb 11,5). Luego lo aplica al caso concreto de esta comparación y, más adelante, lo vuelve a enunciar para que se pueda entender mejor: sus propios castigos eran en beneficio de los otros (Sb 11,13).


La identidad del elemento material propicia la comparación entre unos y otros. La primera de las plagas de Egipto fue la conversión del agua del Nilo en sangre (cfr. Ex 7,14-24). Los Egipcios sufrieron una sed grande en aquella ocasión.


El autor quiere que evoquemos la imagen de un río enorme, el Nilo, convertido en una corriente maloliente. Y para ello usa un modo de hablar que lo refleja, al menos eso es lo que pienso yo.


Hay un versículo que nos habla del caudal revuelto. Y ese mismo versículo está revuelto. Usa una sintaxis y unos términos raros, difíciles de entender. El mismo lenguaje nos dice cómo fue la realidad. Una forma de traducir ese versículo puede ser: en lugar de una fuente perenne de un río enturbiado con sangre embarrada (Sb 11,6). Aunque no es la única manera posible. Desorden, peste, sed, muerte. Y todo eso en un mundo de riqueza y poder. El poder de Egipto le viene de su río, el Nilo.


Por contraste el pueblo de Israel en el desierto. Son pocos, no tienen nada. Están en un sitio donde es difícil la vida, casi imposible: inhóspito… intransitables (Sb 11,2). Pues allí mismo el Señor consigue sacar un manantial de agua pura para que no pasen sed sus hijos. El relato del acontecimiento lo encontramos en Ex 17,1-7. Con el agua castiga a unos y cuida a los otros. Con unos es rey que condena y con otros padre que prueba.


Es verdad que nuestro autor simplifica el hecho. Los israelitas no lo hicieron todo bien. Cuando se habla de prueba (Sb 11,9) se nos viene a la cabeza que el acontecimiento del agua que mana de la roca viene provocado porque los israelitas quieren probar a Dios.

Pero nuestro autor no se fija en eso. Quiere considerar más bien como una prueba del Señor hacia su pueblo para que conozcan lo que tienen en su corazón (cfr. Dt 8,2-5) y para que puedan conocer el cuidado paternal de Dios hacia su pueblo.


Anticipa ya aquí en este texto lo que va a tratar inmediatamente después. El uso del mismo elemento para castigar a unos y para cuidar a otros provoca en los egipcios, o por lo menos puede provocar, un conocimiento de su culpa y de la bondad de Dios. Y aquí se ve una cierta apertura a la conversión: reconocían al Señor (Sb 11,13). Pero de esto hablamos enseguida.


Una última cosa. San Pablo, en una de sus cartas, quiere corregir algunos comportamientos de los corintios, y para eso usa la Escritura, lógicamente. Y recuerda el pasaje del agua que mana de la roca en el desierto y dice: y la roca era Cristo (1Co 10,4).

Es un episodio bien conocido por cualquier judío. Y sabemos, por la misma Escritura, que llega a su más perfecto sentido cuando lo vemos desde la plenitud de la revelación, como tantas otras veces.

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