(Sb 11,15-12,2)
Ya hemos cogido carrerilla en esta última parte del libro. Ya hemos comenzado con la primera de las comparaciones. Nos quedan todavía seis más. El autor nos ha explicado cómo funciona eso: hay un elemento que sirve para los buenos y para los malos. Para cada uno de ellos de forma distinta.
Y ahora parece como si fuera a empezar la segunda de las comparaciones. Nos habla de los egipcios que son castigados por unos animales. Y aquí se para el autor. Más adelante volverá a tomar el hilo de este tema y ya desarrollará la segunda comparación (cfr. Sb 16,1-4). Pero aquí lo deja en el aire.
Nuestro autor piensa que, antes de seguir adelante es bueno hablar de dos temas que son fundamentales y que van a permitirte comprender mejor lo que viene, dos digresiones. Así que vamos a hacerle caso y a atenderle.
Este es el primero de los temas. Dios es todopoderoso. Él es el creador y todo le está sometido. Algo que ya te he dicho varias veces. Y sin embargo a veces actúa de modo sorprendente, como si fuera débil. Esta es la paradoja, una aparente contradicción. Y surge la pregunta lógica ¿por qué?
Pues a eso trata de responder el autor. Hay en este texto como dos partes principales. En la primera de ellas (cfr. Sb 11,15-19) se nos habla de un caso concreto, el de los egipcios y sus relaciones con los animales. En la segunda de ellas (cfr. Sb 11,21-12,2) está la conclusión del razonamiento. Y en el medio de ellas, justo en el centro lo más importante, como de costumbre, el principio del actuar de Dios (cfr. Sb 11,20).
Lee el texto, éste es un poco más duro de entender. No se trata sólo de narrar hechos, sino de captar el sentido del proceder divino. Ahí es nada.
15Por sus insensatos y malvados pensamientos,
que los extraviaban hasta el punto de hacerles rendir culto
a reptiles irracionales y viles alimañas,
tú les enviaste como castigo una multitud de animales irracionales,
16para que supieran que en el pecado está el castigo.
17Pues bien podía tu mano omnipotente,
que había creado el mundo de materia informe,
enviar contra ellos manadas de osos o intrépidos leones,
18o bestias enfurecidas, desconocidas y al efecto creadas,
que lanzasen resoplidos llameantes,
o despidiesen humaredas pestilentes,
o echasen chispas terribles por los ojos;
19bestias capaces de aniquilarlos con su asalto,
y de exterminarlos con su aspecto estremecedor.
20Y aun sin esto, podían haber sucumbido de un soplo,
perseguidos por la justicia, aventados por tu soplo poderoso,
pero tú todo lo has dispuesto con peso, número y medida.
21Tú siempre puedes desplegar tu gran poder.
¿Quién puede resistir la fuerza de tu brazo?
22Porque el mundo entero es ante ti como un grano en la balanza,
como gota de rocío mañanero sobre la tierra.
23Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes
y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan.
24Amas a todos los seres
y no aborreces nada de lo que hiciste;
pues, si odiaras algo, no lo habrías creado.
25 ¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras?,
o ¿cómo se conservaría, si tú no lo hubieras llamado?
26Pero tú eres indulgente con todas las cosas,
porque son tuyas, Señor, amigo de la vida.
12 1Pues tu soplo incorruptible está en todas ellas.
2Por eso corriges poco a poco a los que caen,
los reprendes y les recuerdas su pecado,
para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor.
Los egipcios adoraban animales. No dioses con forma de animales o algo así, no hablamos de eso. Adoraban animales vivos. Consideraban divinos a algunos de sus animales domésticos. Y eso es una aberración para cualquier persona, especialmente para un judío. Y el Señor quiso corregirles ese error. Y para ello actuó de un modo concreto: por aquello con lo que pecaron, con ello son castigados (Sb 11,16).
Se parece al principio que vimos antes (cfr. Sb 11,5) pero no es lo mismo. En el primer principio relacionaba el castigo a unos y la protección a otros. Un mismo elemento servía para las dos cosas. Este segundo principio lo que relaciona es el pecado y el castigo. Para que vieran lo ridículo que era considerar dios a un animal quiso que animales los castigaran. Es una demostración por reducción al absurdo, se podría decir.
Los egipcios pecan usando animales, y Dios los corrige usando animales.
Este principio estaba en cierto modo anticipado cuando en la primera comparación, la del agua. Allí, cuando hablaba del río Nilo convertido en sangre decía, como de pasada, que eso fue en castigo por su decreto infanticida (Sb 11,7). Los egipcios decidieron matar en el Nilo a los niños varones de los hebreos, y el Señor los corrige convirtiendo el río en sangre.
Cuando veamos la comparación con los judíos, más adelante, ya usaremos el primer principio: también con animales Dios protegió a Israel en el desierto. Pero eso ya llegará.
El autor se ve en la necesidad de recordar la omnipotencia divina, para que a nadie se le olvide. Podría haber ordenado a los animales más fuertes que atacaran a los egipcios. Incluso podía haber creado a propósito animales para atacarles (cfr. Sb 11,17-19).
Y sin embargo eligió animales pequeños. Está haciendo referencia a las plagas de las ranas, los mosquitos, los tábanos y las langostas. Para que vieran lo ridículo de su actuación Dios eligió también un castigo ridículo. ¿Por qué? El principio general que explica este modo de actuar de Dios lo encontramos en el centro de este texto: todo lo has regulado con medida, número y peso (Sb 11,20). De este versículo te hablé al principio, no sé si lo recordarás. Ha pasado ya mucho tiempo desde entonces.
Esto explica la aparente contradicción de que antes te hablé. De esto habla la segunda parte del párrafo. Te compadeces de todos porque todo lo puedes (Sb 11,23) y eres indulgente con todas las cosas porque son tuyas (Sb 11,26). Todo está bien hecho. Las ranas o los mosquitos pueden ser castigos ridículos. Recuerda que los egipcios habían oprimido durante más de cuatrocientos años al pueblo elegido. Recuerda que habían decretado su exterminio. Uno podría pensar que se merecen un castigo más severo.
Pero Dios quiere actuar así porque es misericordioso. La finalidad del castigo es dar un espacio para que los hombres puedan arrepentirse y volver a Él. Al principio del libro nos contaba el autor que todas las criaturas son buenas (cfr. Sb 1,14), porque el Espíritu de Dios está en todas ellas (cfr. Sb 1,7). Y especialmente el hombre es amado por Dios (cfr. Sb 1,6). Pues esos mismos conceptos los volvemos a encontrar en este texto.
Dios actúa así porque ama a todos los hombres y quiere darles una oportunidad para conocer la verdad y arrepentirse de su error. La finalidad última es que apartándose del mal crean en ti, Señor (Sb 12,2). No sé si recordarás cuando leímos el elogio de la Sabiduría. Allí el autor nos regaló una lista de 21 adjetivos para calificar a nuestra amiga. Y el que estaba en el centro, que es el que el autor considera el más importante, lo tradujimos como amante del bien (Sb 7,22), un término que no volverá a usar en el libro.
Al comienzo la llamó amante del hombre (Sb 1,6). Y aquí la llama amante de la vida (Sb 11,26). Lo propio de la Sabiduría, lo propio de la actuación de Dios con los hombres es el amor hacia ellos. Eso es lo que hace que nos corrija poco a poco, con medida, número y peso para que podamos conocer el mal que hacemos, nos arrepintamos de él y lleguemos a la fe en el que nos ama.
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