El libro de la Sabiduría lo escribió alguien. Vaya, ¡qué listo que eres!
Para eso no hace falta haber estudiado mucho. Bueno, o sí, a lo mejor.
Lo que quiero decir es que el libro lo escribió alguien, que tiene un autor, sólo uno.
Es un libro perfectamente ordenado. Tiene tres partes muy distintas, cada una de ellas marcadas por señales claras. Cualquier entendido en el modo de escribir de la época sería capaz de descubrirlas. Además, cada una de esas tres partes está organizada dentro de sí. Al autor le encanta usar lo que algunos llaman estructuras concéntricas, y otros, con lenguaje un poco más rebuscado, llaman quiásticas.
No me voy a detener demasiado en eso para no aburrirte. Ya te he dicho que lo importante es lo que el texto dice, no lo que los expertos dicen sobre el texto. Esto sólo es secundario, y lo usaremos si nos sirve para comprenderlo mejor.
Pero lo que dice la gente que ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo a estudiar este libro, es que está perfectamente ordenado, cada cosa está en su sitio. Por eso digo que lo escribió alguien. No es una colección de dichos. No es una obra a la que después se le han ido añadiendo cosas, o quitando otras. No es ni tan siquiera una obra original que después haya sido traducida a otra lengua por un traductor. No. Todo está bien hecho. Cada cosa en su sitio.
Hay un momento en el libro en que el autor, hablando de Dios, claro, dice todo lo has dispuesto con peso, número y medida (Sb 11,20). Y esto mismo, salvando las distancias, se puede aplicar a nuestro libro. Un libro que habla de la Sabiduría divina, del modo que tiene Dios de actuar, tiene que estar él mismo bien hecho. Cada cosa en su sitio. Un solo autor, un solo plan.
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