MARÍA LUZ MORALES (1890-1980), UNA PERIODISTA QUE ROMPIÓ MOLDES
En un momento de empoderamiento de la mujer, cuando surgen reivindicaciones desde distintos ámbitos, conviene recordar a María Luz Morales (1890-1980) la gran dama del periodismo, como la denominaron sus contemporáneos; que, al igual que tantas mujeres escritoras, intelectuales y artistas de principios del siglo XX durante años ha permanecido olvidada hasta que en 2017 una biografía le dio visibilidad y los investigadores comenzaron a interesarse por su obra.
María Luz pertenece a una generación de periodistas y escritoras que tuvieron una presencia relevante en el ambiente intelectual durante la Edad de Plata de la cultura española, participando en iniciativas culturales colectivas. De familia acomodada de La Coruña, abandonó temprano su ciudad natal para asentarse en Barcelona, donde transcurrió el resto de su vida. Tuvo una formación muy completa, inició sus estudios en el Instituto de Cultura francesa Bonnemaison y cursó Filosofía y Letras en la Universidad Nova; hablaba varios idiomas y alcanzó una vasta cultura humanística, lo que le permitió desarrollar una imponente carrera periodística, literaria, ensayística y traductora.
Por necesidades familiares empezó a trabajar muy joven, primero en la revista femenina El Hogar y La Moda y, en 1921, pasó a colaborar en la página noble de La Vanguardia junto a otras firmas importantes del diario, cuando por entonces era habitual que a las mujeres se les confiaran los llamados contenidos «femeninos»; en esto como en otras cosas rompió moldes. En 1971 le preguntaron si se consideraba una pionera de las mujeres periodistas a lo que respondió: «Sí. En mi época había escritoras, pero no periodistas, en el sentido activo de la palabra. Las mujeres escribían en los periódicos, en las revistas, pero no participaban en las tareas de un periódico como se hace hoy día».
Fue la primera mujer en dirigir un periódico en España al asumir la dirección de La Vanguardia durante la guerra civil y precursora del periodismo cultural, al que se entregó completamente, hasta el punto que toda su producción periodística está impregnada de alusiones literarias, históricas, artísticas, etc. El teatro y la moda fueron sus especialidades junto a la crítica cinematográfica, de la que fue pionera; sobre estos temas escribió cientos de artículos en El Sol, La Vanguardia y Diario de Barcelona. A esto se suma su faceta literaria, donde también fue innovadora fundando y dirigiendo proyectos editoriales de envergadura, como tres enciclopedias en la editorial Salvat: Universitas. Enciclopedia de iniciativa cultural (1943) en veinte volúmenes, Historia de la moda (1928) en doce volúmenes en colaboración con Max von Boehn e Historia ilustrada del séptimo arte (1950) en tres volúmenes, así como Enciclopedia del hogar (1952), también en tres volúmenes en la editorial Argós.
Al margen de su trabajo profesional tomó parte activa en importantes iniciativas culturales colectivas. En 1931 intervino en la fundación de dos instituciones femeninas: el Lyceum Club de Barcelona, del que fue vicepresidenta, una asociación cultural -homónima de la fundada en 1926 por María de Maeztu en Madrid-, que permitía a las intelectuales, periodistas, escritoras y artistas compartir inquietudes, intercambiar conocimientos y experiencias en un espacio abierto a todas las sensibilidades. El Lyceum fue junto al Ateneo de Madrid el referente cultural e intelectual de las décadas veinte y treinta del siglo XX.
La otra institución en la que tuvo un papel significativo fue la Residencia Internacional de Señoritas Estudiantes. Similar a la madrileña, que desde 1926 dirigía María de Maeztu, para la Residencia de Pedralbes eligieron a la periodista gallega como directora, ella supo crear un ambiente de estudio, familiar para las universitarias. María Luz Morales fue una mujer de su tiempo que no rehuyó el debate feminista del primer tercio del siglo XX mostrando sus opiniones y creencias sin ambages, si bien no tomó parte activa en el movimiento feminista.
Frente a las posiciones radicales de algunas escritoras contemporáneas, que fomentaban el enfrentamiento entre sexos, y las posturas conservadoras que reducían a la mujer al ámbito de lo privado, Morales presenta una visión abarcadora de la feminidad que comprende el derecho de las mujeres a la educación, a ejercer una profesión y a su presencia en la esfera pública, sin perder la esencia femenina: la maternidad.
Ante los desafíos de la modernidad propone un feminismo moderado, que admite lo bueno de la tradición sin los vicios del pasado y, asimismo el progreso, la libertad e igualdad de oportunidades para su género. A este respecto decía en una entrevista en La Vanguardia: «Creo que hombres y mujeres, como seres humanos, tienen derecho a trabajar en aquello para lo que se sienten dotados. Pero “los ismos”, ¡ni hablar! Ni feminismo, ni masculinismo. Hombres y mujeres, personas, como Dios nos ha hecho».
Se la puede considerar regeneracionista, pues luchó por el reconocimiento de la capacidad intelectual de las mujeres en un ambiente predominantemente masculino, que cuestionaba su acceso a los estudios universitarios y al desempeño de una profesión que no fuera propia de su género.
En consecuencia, si al principio en El Hogar y la Moda se había ocupado del espacio tradicional de la mujer: el entorno doméstico y algunas reseñas de libros, a partir de 1926, en El Sol se propuso atraer la atención de las mujeres hacia temas humanos que interesan por igual a hombres y mujeres como son el trabajo, la cultura, el arte, la belleza, la naturaleza, el dolor o la caridad. En suma, creó con su actitud un arquetipo de mujer instruida, activa, profesional, familiar y muy femenina.
Por otra parte, realizó una importante tarea de difusión de la narrativa escrita por mujeres, destacó los valores de personajes femeninos de la literatura, dedicó algunos de sus artículos a mujeres ilustres y dio a conocer iniciativas promovidas por intelectuales y asociaciones culturales y asistenciales femeninas. Además, fue una formidable promotora de la lectura entre las mujeres tras conocer por una encuesta, que dirigió en El Sol, lo poco que leían. Igualmente, se preocupó de fomentar la lectura entre niños y jóvenes, convirtiéndose en una gran divulgadora de la literatura infantil adaptando y traduciendo los clásicos de la literatura universal en la editorial Araluce. Por todo ello, recibió homenajes y premios, entre otros el de la Asociación de la Prensa de Barcelona (1970) -la primera vez que se concedía a una mujer-, el de Periodismo Ciudad de Barcelona (1972), el Ramón Godó de Periodismo (1973) y, en 1976, la Medalla al Mérito en el Trabajo como reconocimiento a la labor de toda una vida.
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