Durante la primera vuelta del campeonato hemos estado reflexionando sobre la creación del mundo y del hombre.
En este tiempo pascual me propongo presentaros la figura de los patriarcas del pueblo de Israel.
Por orden cronológico, durante algunas entradas, hablaremos de Abraham, modelo de obediencia y fe.
El patriarca Abraham era un hombre justo, descendiente de Sem, nacido en Ur de Caldea, el cual, aunque vivió en medio de un pueblo idólatra, nunca abandonó el culto del verdadero Dios. Esa actitud de fidelidad en la adversidad, le sirvió para ser escogido por Dios con la misión de formar un nuevo pueblo: “De ti haré una nación grande y te bendeciré” en una nueva tierra: “Sal de tu tierra y ve a la que yo te mostrare”.
Estas dos promesas se hicieron eco en el corazón de Abraham y, a pesar de las muchas dificultades, desde ese mismo instante toda su vida se orientó a la voluntad de Dios.
De las actitudes de Abraham podríamos sacar algunas conclusiones valiosas para el deporte y para nuestras vidas.
En primer lugar, al igual que Abraham, también nosotros vivimos en una sociedad excesivamente idólatra: el dinero, el sexo, los juegos de azar, la tecnología, las drogas, el alcohol, el consumismo, la estética… hacen que Dios pase a un segundo plano en nuestras vidas y que su voz se apague en nuestras conciencias. Vivir de espaldas a Dios, genera un ensordecimiento humano y una falta de predisposición a aceptar su intervención en nuestras vidas.
En segundo lugar, al igual que Abraham debemos de mantenernos firmes en la fe. La virtud teologal de la fe despierta en nosotros una respuesta adecuada a la acción de Dios sobre nuestras vida y, al mismo tiempo, nos aporta una claridad para ver el deporte y el mundo con una mirada más lúcida, basada en lo esencial y no en lo superficial.
En tercer y último lugar, la actitud de salida. Salir de uno mismo y de los entornos que no propician un encuentro verdadero con Dios y con los demás me resulta esencial para poder crecer como personas, como equipo y como club. Salir de nuestro egoísmo, de nuestra desgana o pereza, de nuestras tristezas y desilusiones, salir de nuestras derrotas y fracasos más fortalecidos. En definitiva, salir de las idolatrías, salir de la incredulidad, salir de aquello que nos aparta de Dios, salir.
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