SEGUNDO DOMINGO
Salmo responsorial: Salmo 115, 10 y 15. 16-17. 18-19 (R.: Sal 114,9)
R. Caminaré en presencia del Señor
en el país de los vivos.
Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!».
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles. R.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor. R.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R.
Jesús conoce nuestros desiertos y tentaciones y se nos presenta resplandeciente para iluminarnos con su verdad. Esta verdad pasa por la cruz y pide de nosotros una mirada limpia para contemplar su rostro con la esperanza de que caminaremos en su presencia en el país de los vivos. El rostro transfigurado de Jesús es el rostro misericordioso de Dios y solo con nuestras fuerzas no podemos contemplar su rostro, nos tenemos que dejar guiar por la gracia que el Señor nos otorga en la vida espiritual que se manifiesta en los sacramentos y en la oración de su Iglesia. Este es nuestro sacrificio de alabanza en presencia de su pueblo, su Iglesia.
Con este salmo le decimos al Señor que somos sus siervos y que no queremos caminar solos. Confiamos en su amor misericordioso que siempre nos rescata de nuestras desgracias para la vida, pues somos sus fieles, los que queremos caminar en medio de su Iglesia. Sabemos que para el Señor en la vida y en la muerte siendo suyos siempre estaremos vivos.
Reflexiona
-¿Cómo me siento en este momento? Desde lo que sientes invoca al Señor diciéndoles que eres su siervo.
-¿Cómo camino en la fe? ¿Me siento en presencia del Señor buscando su voluntad cada día?
-¿Participo de la vida sacramental y fraternal de la Iglesia?
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