TERCER DOMINGO
Salmo responsorial: Salmo 18, 8. 9. 10. 11 (R.: Jn 6, 68)
R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye a los ignorantes. R.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R.
El temor del Señor es puro
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R.
Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila. R.
La respuesta de este salmo está tomada del evangelio de San Juan, es la respuesta de Pedro a Jesús ante el abandono de algunos de sus discípulos por el discurso del pan de vida; y cuando se dirigió a los Doce y les preguntó: «También vosotros queréis marcharos», Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna».
Con el salmo le decimos a Dios que su palabra nos ilumina y sus mandatos no son un carga pesada sino que son descanso para nuestra alma. Se lo decimos más con nuestro corazón que con nuestros labios, confiando y agradeciendo porque nos sentimos siempre perdonados por nuestros pecados y rebeldías.
«Temer al Señor» significa mantener una actitud humilde de respeto sabiendo que él es lo más importante y lo único absoluto y eterno. No es miedo, es confianza. Es una actitud interior, del corazón, que nos hace reconocer la sabiduría de Dios manifestada en Jesús, el que nos enseña la nueva ley del amor. Con él comprendemos que los mandamientos son verdaderos y justos, y nos comprendemos también a nosotros mismos como templos del Espíritu Santo, pues solo así podemos vivir con alegría los mandamientos del Señor.
Reflexiona
-¿Hago examen de conciencia recordando los mandamientos del Señor? -Dile al Señor que quieres vivir en su temor, en su respeto a sus mandamientos y confiando siempre en él.
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