SAN JOSÉ, PADRE DE JESÚS, ESPEJO DEL PADRE
En este mes de marzo celebramos la tradicional Fiesta de San José. El 19 de marzo recordamos y festejamos al Esposo de María, José, al artesano y carpintero que puso su paternidad al servicio de la obra redentora de Dios.
Aunque ahora nos parezca habitual, esta fiesta de San José se estableció de forma muy tardía en nuestra tradición cristiana. En los primeros siglos la reflexión sobre San José estaba acompañada de un cierto temor de resaltarlo demasiado para no atentar contra la virginidad de María afirmando la existencia real del matrimonio con José y María, por lo que autores como San Jerónimo lo consideraban simplemente como padre putativo, y otros como un anciano o un personaje marginal. Sin embargo, la Iglesia ha sabido reivindicar la paternidad que Dios mismo otorgó a San José (Mt 1,21), separándola del papel de progenitor. Los evangelistas no dudan en señalar a San José como padre de Jesús (Lc 2,33; Mt 13,55), como también lo hace su esposa, María (Lc 2,48). Aun así, el surgimiento de la devoción a San José no se produjo en sentido pleno hasta los siglos XII y XIII, promovido especialmente por San Bernardo de Claraval y San Francisco de Asís, quienes quisieron impulsar un retorno a la veneración de la humanidad de Cristo.
En el ambiente judío, la genealogía de un niño se trazaba a través de su padre, fuera o no su progenitor biológico. Esto difiere sobremanera de nuestra idea de paternidad. A nuestros ojos occidentales, el padre biológico es el padre auténtico, lo que desencadena muchos conflictos legales sobre asuntos de paternidad, y también confunde a tantos niños y jóvenes que quieren conocer a su “verdadero” padre. Para el Antiguo Testamento, el padre legal era el verdadero padre, hubiese procreado físicamente o no al hijo. Al imponer el nombre, José declara su paternidad legal sobre Jesús. Y así es como los dos evangelistas que relatan la genealogía de Jesús, Mateo y Lucas, lo hacen por vía de José. Resalta el papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica Redemptoris Custos sobre la figura y misión de San José: “El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une”. Y añade: “En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia.”
En las múltiples representaciones artísticas que conocemos de San José, habitualmente le vemos con el niño Jesús en sus brazos, significando precisamente este papel de padre que estuvo ejerciendo a lo largo de la infancia y adolescencia de Jesús, por lo menos hasta sus 12 años de edad (Lc 2,42). La escena en la escuela del templo nos confirma que José pudo llevar a cabo su papel como padre de Jesús hasta que éste adquirió la madurez necesaria para afrontar su propio papel en la vida. Así lo indica el evangelista Lucas cuando Jesús, por primera vez, habla de Dios como su Padre precisamente al haber alcanzado los 12 años (Lc 2, 49), una edad considerada como mayoría de edad ante la ley judía: a partir de este momento José, por tanto, había ya culminado su misión, y no es mencionado más en los Evangelios.
A veces nos hemos imaginado, debido a una tradición apócrifa, a un José anciano aportando el sustento de la Sagrada Familia, en la que el niño Jesús prácticamente crecía en manos de su madre. Sin embargo, los apócrifos buscaron en la presunta ancianidad de San José un argumento forzado para sustentar la virtud de su castidad, en vez de situarla en su contexto real, en el amor que todo lo puede. José desempeñó con pleno vigor paternal el papel que Dios mismo le había confiado. ¡Sería absurdo pensar que Dios encargara un papel tan crucial para el crecimiento de Jesús a una persona que ya estuviera al límite de sus capacidades!
Creo muy actual poder reivindicar la figura de San José en nuestros tiempos, y sobre todo su función paternal en la vida de Jesús. Desde principios del siglo XX las ciencias humanas han avanzado en gran manera en el entendimiento de las etapas del desarrollo de un niño, desde su nacimiento hasta su adultez. La comunidad científica nos ha sabido explicar, cada vez con más detalle, el papel que juegan el padre y la madre en el desarrollo psicoafectivo de un niño. La figura paterna es, sin duda, tan relevante como la materna: aunque la madre lo es prácticamente todo para el niño hasta su segundo año de vida, a continuación el padre entra a desempeñar un rol fundamental que seguirá siendo crucial hasta superada la adolescencia.
El niño que ha podido crecer con un padre y una madre que lo han amado, educado y cuidado será capaz de mostrar, a su vez, ese amor recibido a los demás en su vida como adulto. Esta realidad humana también aplica al niño Jesús, de quien el evangelista nos cuenta que fue adquiriendo madurez a medida que crecía, rodeado de sus padres (Lc 2,52). La experiencia de padre y madre que hemos tenido nos ayudan, en el futuro, a desarrollar el papel de la paternidad y maternidad en nuestras vidas, unos como padres biológicos y otros independientemente del acto biológico de la procreación.
Comentan los estudiosos que una propuesta original de Jesús fue precisamente la de ver y entender a Dios como Padre. A la gente de su tiempo, y también a nosotros, seguidores suyos, nos reveló la imagen paterna de Dios, tanto en las parábolas del Padre misericordioso (Lc 15,11-32), como en la oración que hemos aprendido de él: “Padre nuestro…” (Mt 6,8-13; Lc 11,2-4).
Cuando Jesús hacía referencias al Padre, sin duda se alimentaba de la experiencia que tuvo de su padre terrenal, José (Lc 4,22). Y así podemos afirmar que San José fue verdadera imagen y espejo del Padre, a quien reflejó desde su condición humana. En muchas ocasiones, Jesús hace referencia a las cualidades de un buen padre, que tuvo que aprender de San José: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo (Lc 6, 36)”; “Sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo (Mt 5,48)”; “¿Quién de vosotros que sea padre, si su hijo le pide pescado le va a ofrecer una culebra? (Lc 11,11)”; “Vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis (Mt 6, 8)”; etc.
Como padres y madres tenemos la gran responsabilidad de transmitir a nuestros hijos, biológicos o no, la imagen y los valores propios de la paternidad y de la maternidad. Vivimos tiempos a veces complicados, en los que se están desarrollando cada vez más modelos diferentes de familias: junto a las familias tradicionales vemos familias monoparentales, familias reconstituidas, niños que crecen con sus abuelos…pero para todas ellas es válido el ejemplo que nos ofrece la Sagrada Familia: en todas las familias hacen falta padres y madres, biológicos o no, dedicados al cuidado y a la educación de los hijos que se les ha confiado, ya que ellos reflejarán toda su vida lo que nosotros les hayamos podido aportar, incorporando a sus vidas lo que nosotros les hayamos transmitido.
José cumplió fielmente su misión como esposo de María y padre de Jesús. No receló en ningún momento de aceptar esta misión que Dios le encomendó, y supo acoger a la Madre embarazada cuando mayor protección necesitaba. Fue digno de custodiar al niño Jesús en esta tierra. Hoy sigue custodiando a la Iglesia como Patrono Universal. El papa Leon XIII, en su encíclica sobre la devoción a San José, dijo: “El Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad.” Veinte siglos más tarde, José recuperó por boca del papa León XXIII su título, padre de Jesús, sin adjetivos ni apelativos que lo diluyeran o rebajaran su importancia.
El 8 de diciembre de 1870 el papa Pío IX estableció la Fiesta de San José para ser celebrada el 19 de marzo, y unos años más tarde, el papa León XIII lo nombró como Patrono de la Iglesia Universal, luego de una gran campaña promovida para tal efecto por el pueblo católico desde mediados de ese siglo. Y el papa Juan XXIII, finalmente, incluyó su nombre junto al de María en el Canon Romano de la Misa, recuperando la figura paternal de José al lado de su esposa, la Madre de Jesús.
Pablo Cirujeda
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