Hubo un hombre enviado de Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por él todos creyesen. No era él la luz, sino el que debía dar testimonio de la luz (Jn 1:6-8). La figura del bautista se puede resumir en el anterior fragmento del Evangelio. En estas líneas trataré de explicar, por qué San Juan Bautista, el más grande nacido entre mujer, como dijo el propio Jesús, es un santo modélico para dar testimonio de luz en esta época compleja que nos ha tocado vivir.
San Juan Bautista fue un hombre que, en la época actual de la imagen y las apariencias, podría presentarse como alguien extravagante que no causa una buena primera impresión. Vivió en el desierto e iba vestido con “piel de camello, un cinturón de cuero y se alimentaba de langostas y miel silvestre” (Mc 1:6). Se decidió a cumplir la voluntad de Dios, y realizar la gran misión de profeta que le fue encomendada, la de anunciar a Cristo “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Cuando los judíos le preguntaron qué quién era dio testimonio diciendo “Yo soy la voz que clama en el desierto, rectificad el camino del Señor cómo dijo el profeta Isaías” (Jn 1:23). Nosotros como católicos, tenemos también la labor de dar testimonio, muchas veces nos da miedo o vergüenza hacerlo por el “¿qué dirán?”, “¿qué van a pensar?, “¿va a servir de algo lo que diga?”, sentimos que estamos clamando en el desierto, y aunque es cierto que muchas veces es así, es una labor que debemos hacer por amor a Dios. Otras incluso puede que dudemos o que no estemos seguros, como Juan cuando estaba en la cárcel y mandó a sus discípulos a preguntarle a Cristo “¿eres tú el qué ha de venir, o debemos esperar a otro”? (Mt 11:3). Pero es en esos momentos cuando más tenemos que esforzarnos por servir a Dios, preguntándole si es él y demostrando nuestra fe.
También es modelo de la humildad y de penitencia, hemos visto cómo iba vestido y que iba fortaleciendo su espíritu en el desierto, donde además proclamaba un bautismo de conversión para perdón de los pecados. A él acudía mucha gente, pero siempre mantuvo la humildad diciendo “Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quién no conocéis que viene detrás de mí, a quién yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia” (Jn 1:26-27). De hecho, mandó a dos de sus discípulos (Juan y Andrés) para que siguieran a Jesús “he ahí el Cordero de Dios” (Jn 1:36). Nos recuerda que una de nuestras labores debe ser la de señalar a Cristo desde la humildad, “es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3:30) para que en cada situación que se nos presente en la vida tratemos de que la gente se acerque a Dios, no siendo nosotros el foco, sino Cristo.
En estos tiempos es más necesario que nunca que los cristianos, desde la misión que Dios nos ha encomendado a cada uno, la hayamos descubierto o no, en nuestro día a día, demos testimonio de la luz. Para ello fijémonos en San Juan Bautista.
Qué bueno! Totalmente de acuerdo contigo Juan Pedro, especialmente en lo último: "ser reflejo de la luz, no la luz". En Juan vemos un gran símbolo de la labor del cristiano, dejar paso al Maestro, anunciarlo e ir disminuyendo para que el brille!! Un abrazo y muchas gracias !